Cerca de un año después de su estreno en salas, es momento de dedicar un rato a la muy pero que muy recomendable El hombre invisible (The Invisible Man), acertada reinvención del concepto del clásico de la Universal de 1933 de James Whale, ahora en manos de un director diferente, innovador y, desde luego, siempre cumplidor como Leigh Whannell… llegaba con recordar sus hasta ese momento únicos trabajos: la fabulosa Upgrade, y la correcta opera prima Insidious: Capítulo 3 (Insidious: Chapter 3). Es El hombre invisible una nueva presentación de la historia del científico convertido en monstruo, como lo fuera también la denostada pero a recuperar El hombre sin sombra (Hollow Man), pero esta vez con un trasfondo moderno y tristemente omnipresente en nuestro día a día… el maltrato.

Whannell, además de director es guionista, se apoya en una actriz enorme como Elisabeth Moss ("El cuento de la criada") para transformar un reflejo de uno de los hechos más execrables hoy en día, en una historia de ciencia ficción y terror, y en la que una mujer, Cecilia, se ve atrapada en una relación controladora y violenta con un brillante y rico científico (Oliver Jackson-Cohen). Whannell no invierte tiempo en dar razones o justificaciones, es ciencia ficción al fin y al cabo, y desde el minuto uno ya propone enfrentarnos a las dudas de la protagonista, a un pavor que ha fraguado en su interior a golpes, y ya de paso nos hace sufrir un poco más poniendo en tela de juicio la propia salud mental de Cecilia… ¿Es real lo que cree? ¿Es ella la responsable? ¿Ocurren las cosas cómo vemos que suceden? La película, más cercana al thriller psicológico que al terror puro y duro, juega con una tensión permanente que a cada instante se acrecienta y genera un mayor desasosiego, acompañada esta sensación con una notable banda sonora compuesta por Benjamin Wallfisch (Blade Runner 2049 o La cura del bienestar). La Moss se crece, encarnando como nadie a una mujer superada, aterrorizada y convencida de lo imposible. Whannell crea al hombre invisible del 2020 pero sin dejar de lado los seminales terrores en los que se basa.

Al igual que ocurriera con Upgrade, El hombre invisible no necesita de grandes artificios y parafernalia para dejar claro que los buenos guiones y las mejores ideas son suficientes para dar como resultado films sobresalientes. Por otro lado, poco más de 7 millones de presupuesto para contar una historia actual en un entorno irreal. Leigh Whannell aprendió con James Wan, y ahora no para de demostrar que es uno de los directores de género más a tener en cuenta de aquí en adelante. Tras esta El hombre invisible llegará si nada se tuerce Wolfman con Ryan Gosling, de nuevo la reinvención de un clásico en versión bajo presupuesto pero, no cabe duda, repleta de buenas e innovadoras ideas.

Cartel IMAX de El Hombre Invisible… una historia para no dormir como la copa de un pino
Cartel IMAX de El Hombre Invisible… una historia para no dormir como la copa de un pino

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En todas partes cuecen habas, y desde luego en las oficinas de Warner Bros. Pictures saben de sobra cómo hacerlas a fuego lento. Patty Jenkins regresa a los mandos de la primera secuela del hit taquillero Wonder Woman de 2017, propuesta fresca y casi perfecta que confirmó a Gal Gadot como ideal Diana Prince, y elemento crucial dentro del ahora supuestamente extinto DCEU. Tres años después de amasar más de 800 millones, Wonder Woman 1984 da un paso adelante en el tiempo, y dos atrás en su dimensión, llevando al espectador a entretenerse durante unas largas dos horas y media de histrionismos dignos de esa década plagada de color, extravagancia, nostalgia y tecnología obsoleta.

Como punto de partida Wonder Woman 1984 ofrece al respetable un arranque espectacular, fresco, entretenido e inesperado. Un arranque centrado en un breve instante de la formación de la Diana niña, en esa Themyscira de amazonas y dioses a los que rendir culto y temer. A golpe de maestría y durante una introducción que debe rondar los 5 minutos, la Jenkins pergeña una secuencia que te deja anonadado por la picardía de esa joven Diana y merced al tema central del film compuesto por Hans Zimmer, y que invita a vibrar sentado en la butaca del añorado cine. El problema es que ese inicio enciende al espectador y pone el listón a un nivel excesivamente alto que no se logrará mantener durante los restantes 145 minutos. Cosas que pasan.

Wonder Woman 1984 se apoya de forma inteligente, y obvia, en los mimbres que llevaron al éxito a su predecesora: plagar la película de buen rollo, química entre sus personajes y cierto aspecto naif que la hacen encantadora… aunque a la Gadot no le hace falta nada más para seguirlo siendo. Recupera para ello a viejos personajes, ahí tenemos de nuevo y bien justificado a Steve Trevor (Chris Pine), y nos presenta un nuevo par, la cerebrita Barbara Minerva (Kristen Wigg), y el casi telepedricador y maestro del engaño piramidal Maxwell Lord (Pedro Pascal). Lo ingenuo y buen rollista se demuestra con escenas que merecen ser mencionadas como la secuencia del atraco en el centro comercial, presentación pública de Wonder Woman en esos años 80, y que recuerda a la simpática escena de los atracadores del Superman de Donner (los del barco delante de la comisaría), o todos los instantes en los que nuestra heroína corre que se las pela, momentos que de nuevo nos retrotraen a otra era y en donde el aspecto de la Gadot , salvando las evidentes distancias, hacen que veamos a la mismísima Lynda Carter dándolo todo… Del mismo modo el film bebe de los cómics y las propuestas más estrambóticas y dignas de homenaje de su era dorada. Ahí está el jet invisible que el personaje usaba para desplazarse. Obviamente la continuidad no es posible, pero es un gustazo verlo en pantalla como amable guiño.

Pero como ya comentaba en todos lados cuecen habas, y las cosas buenas de WW84 están rodeadas por otras que no lo son tanto. La película acaba perdida entre el mayor de los caos, ya sea por la vertiginosa evolución del gran villano Lord, una vorágine de caos incontrolable, excentricidad extrema y cierto aburrimiento obsesivo, o la tardía y subexplotada transformación de Minerva en uno de los icónicos personajes del universo DC, difusa ya de paso en el ya clásico despiporre y atronador exceso visual a tropecientos más frames por segundos del que el cerebro humano puede soportar. Wonder Woman 1984 sufre más que su predecesora, que ya es decir, en el aspecto villanil, llegando a rozar cierta penuria de este factor tan necesario en el cine de superhéroes.Ya de paso se extiende tanto como el látigo de la verdad en el tormento del personaje, resultando algo cansino visitar el aspecto más psicológico de la superhéroe.

En fin, Wonder Woman 1984 entretiene, eso es innegable, pero desde luego no alcanza los niveles logrados por la película de 2017, dejando cierto sabor agridulce en un año donde el cómic convertido en cine nos ha convertido en huérfanos con ganas de más. A ver si no morimos de exceso en 2021… aunque no lo creo.

Colorido cartel de Wonder Woman 1984, los 80 están aquí
Colorido cartel de Wonder Woman 1984, los 80 están aquí

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Resulta que Possessor Uncut es una de la grandes sorpresas de este 2020 que pronto termina, y la segunda propuesta cinematográfica como director / guionista de Brandon Cronenberg tras visitar también Sitges en el ya lejano 2012 con la enfermiza y contagiosa Antiviral, premiada también e igualmente recomendable.

Marcando su propio terreno pero a la evidente sombra de su padre, al César lo que es del César, el joven Cronenberg nos embarca en un tecno-thriller que presenta como base de su argumento la existencia de medios para la intrusión tecnológica mental (y corporal), amén de otro tipo de intrusiones, equivalentes a las cookies de nuestros navegadores… vamos, que cuidado con lo que haces en la intimidad de tu casa. En fin, tras un arranque sumamente violento, no es la tónica del film pero este está sembrado, conocemos a una asesina a sueldo llamada Tasya Vos (Andrea Riseborough), empleada de primera clase de una empresa que mediante alta tecnología, e implantes cerebrales, cuela a sus sicarios en la mente / cuerpo de gente normal para cometer crimines salvajes y pasados de rosca.

Possessor: Uncut AKA Christopher Abbott, pelele en manos de Andrea Riseborough
Possessor: Uncut AKA Christopher Abbott, pelele en manos de Andrea Riseborough

Es evidente que el trabajo pasa factura, y el nuevo encargo de Vos lleva a esta a un universo de dudas existenciales, en la que su propia conciencia es acechada y perforada… o no. Ahí está John Parse (Sean Bean), simulacro de Jeff Bezzos y por lo tanto CEO de una compañía que nos investiga, conoce nuestros gustos y orienta nuestras compras… amén de otras cosas más oscuras. Trabajando para este y en altos directivos su hija Ava (Tuppence Middleton), haciendo lo propio pero en puestos de recolección de datos el novio de esta, Colin, encarnado por Christopher Abbott, y a la postre enlace con el distante y exclusivo Parse… el nuevo encargo de Vos.

La película debe verse, sí o sí, y al igual que en el cine de David Cronenberg, el de Brandon va más allá. Apoyándose en una violencia extrema, muy gore, desagradable y abrumadora, marca de la casa, Possessor Uncut explora a golpes la intrusión en las conciencias, el lavado de coco o la maleabilidad de la identidad humana. Todo es alterable, todo es penetrable, todo es violable… ya lo era en el cine de su padre en el fondo, por lo tanto de tal palo, tal astilla. Por lo tanto, elementos presentes en nuestra sociedad, llevados al extremo claro está, y enfrascados en un frasco plagado de esencias de ciencia ficción y distopía que, esperemos, nunca llega a ocurrir. Possessor Uncut no es nueva carne, podría serlo, pero sí es un nuevo episodio en la cinematografía de un director que no deja indiferente.

Cartel de Possessor Uncut
Cartel de Possessor Uncut

 

Bienvenidos a la inconcebible historia de, con seguridad, uno de los rodajes más caóticos de Hollywood (si no EL rodaje). Y es que no hay nada como juntar en el mismo frasco cientos de kilos de la esencia de los egos del déspota Val Kilmer, el loco Marlon Brando y el en aquel momento advenedizo Richard Stanley, amén del dictador John Frankenheimer o del hombre más pequeño del mundo Nelson de la Rosa (El hombre rata).

Pues sí, hace ya más de un lustro, 2014 para ser exacto, se estrenó el documental Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau (Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley’s Island of Dr. Moreau) – en Filmin, una interesantísima y sorprendente propuesta de David Gregory, responsable de más de 200 documentales (entre cortos y largos) y productor de Color Out of Space (el regreso del simpar Stanley tras 15 años de aislamiento y ausencia) sobre el infernal paso del director sudafricano por la infecta La isla del Dr. Moreau (The Island of Dr. Moreau), fiasco monumental de Edward R. Pressman y la New Line Cinema que tras su estreno en 1996, y tras haber costado 40 millones de entonces, acabó hundida en el mayor de los oprovios al recaudar mundialmente unos pírricos 50 kilos, y ya de paso dilapidar la carrera del propio Stanley o Marco Hofschneidey (Europa Europa).

Richard Stanley, un tipo irrepetible
Richard Stanley, un tipo irrepetible

Uno observa ensimismado cómo la ahora peculiar mente de Richard Stanley, seguramente tocó fondo en aquel fatídico 1995 durante el rodaje de La isla del Dr. Moreau, recuerda con prístina lucidez su infernal viaje por un proyecto con una clara esencia personal y un desenlace lisérgico. Stanley era joven (unos 29), autor no novel pero responsable de series B convertidas en films de culto y por lo tanto total inexperto si hablamos de transformar millones de dólares en celuloide de valor. Tras Hardware: Programado para matar (Hardware) y El demonio del desierto (Dust Devil), la verborrea e increíble capacidad de jugar las bazas más impredecibles llevó a Richard Stanley a que la New Line aceptara ponerle delante de una adaptación de la icónica obra de H.G. Wells. Aun viendo como Stanley jugaba su destino a bazas tan ilusorias como el vudú y la más pura de las credulidades, la New Line decidió seguir adelante, movidos seguramente por el ansia generada por nombres tan vibrantes como los de Bruce Willis, James Woods, Marlon Brando, y posteriormente Val Kilmer.

El resto es mejor verlo, Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau no sólo es el periplo de Stanley por el principio del fin de su carrera (gracias a dios ha encontrado nuevamente su hueco y más oportunidades habrá para disfrutar de su cine), es fiesta, alcohol, clima, didyeridúes, depravación, drogas, caos, Brando, despiporre, sexo y muchos miedos al colapso. Una historia impensable en la que un fulano tocó fondo por el monstruo que es Hollywood para acabar viviendo sólo en los pirineos franceses. Ojo, este viaje maldito sin lugar a dudas es reflejo de lo que ha debido ocurrir más recientemente a directores como Josh Trank. Este pasó del cine independiente que fue Chronicle, al mainstream que se suponía Cuatro Fantásticos (Fantastic Four), co-dirigida finalmente por Stephen E. Rivkin, y de ahí al anonimato y a perder oportunidades que nunca más se presentarán.

Cartel de Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley's Island of Dr. Moreau
Cartel de Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley’s Island of Dr. Moreau

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La directora francesa Claire Denis, 74 primaveras la contemplan y una carrera asistiendo a la dirección de grandes nombres como los de Costa-Gavras, Jim Jarmusch o Wim Wenders, se embarca en una historia de ciencia ficción oscura, incómoda, sucia y truculenta pero, a su vez, y por qué no decirlo, embaucadora.

En High Life, disponible en la plataforma Filmin, nos trasladamos a una nave perdida en medio del espacio. En ella Monte (Robert Patinson) y Willow (Jessie Ross), los dos últimos tripulantes, sobreviven abandonados a su suerte. Pero no siempre estuvieron solos: Monte es miembro de un grupo de condenados a muerte que aceptaron conmutar sus sentencias a cambio de participar en una misión (evidentemente suicida) con destino al agujero negro más cercano a la Tierra. Su objetivo: encontrar una fuente de energía definitiva que ayudaría a la supervivencia del planeta, al tiempo que servían como cobayas de un experimento de gestación "asexual" controlado por la supuestamente única "normal" del grupo, Dibs (Juliette Binoche). Willow es su hija…

La Denis nos embarca en un viaje sin retorno que transcurre en diferentes momentos temporales. Somos a la vez espectadores del desenlace del viaje, de su principio y del desesperante y grotesco transcurso del mismo… así bien entrelazadito. Saltando adelante y atrás con el freno puesto, se nos invita a comprender el destino de los protagonistas, viendo como nuestros conejillos de indias son expuestos al aislamiento forzado, la autodestrucción, y la insatisfacción sexual merced a las grotescas intenciones de un plan comandado por una mad doctor de larga melena y mucho tiempo libre. Vale, no se puede negar: High Life es rara. Excesivamente pausada, sexual, violenta, y especialista en sacar a flote aspectos controvertidos, pese a todo tiene un algo que acaba manteniéndote atento. Será el desasosiego de sus personajes, o la sensación permanente de soledad y fatalismo. Son estos aspectos tan oscuros y melancólicos los que hacen que veas ensimismado las malas sensaciones que recorren los cuerpos del mencionado Pattinson, triste, André Benjamin, resignado, o Mia Goth, frustrada y castigada.

Uno de los pósters de High Life
Uno de los pósters de High Life

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Llevaba tiempo queriendo ver Dejad que los cadáveres se bronceen (Laissez bronzer les cadavres) de Hélène Cattet y Bruno Forzani. Presentada en el ya lejano Sitges 2017, me la perdí ese año pero puede verse ahora en Filmin, este bien avenido matrimonio, adaptando todo sea dicho una novela de Jean-Patrick Manchette y Jean-Pierre Bastid, labran un extraño film sobre un robo, un secuestro, y varios duelos al sol en algún soleado lugar de la costa de Francia. Una banda de ladrones que se hacen con 250 kg de oro llegan a la casa de una artista atrapada en un grotesco triángulo amoroso. Este bucólico escenario se convierte a la velocidad del rayo en un interminable tiroteo entre un policía y los ladrones… un tiroteo que dura todo un día.

Cattet y Forzani se sacan de la manga una película que transciende entre el thriller de Bava en la icónica Semáforo rojo (Cani arrabbiati), con esa piel quemada por el sol, plagada de sudor, malos modos, tensión constante entre sus personajes y mucha violencia, y el tono surreal, gráfico y repleto de engaños de la Suspiria de Argento, en este caso inundando la pantalla de una fotografía que parece hecha a medida del mismísimo Luciano Tovoli, el maestro tras el color del film del genio del giallo, y que también fue imitado en la relativamente reciente Berberian Sound Studio de Peter Strickland. Dejad que los cadáveres se bronceen es una especie de Duelo al sol (Duel in the Sun) regada y nunca mejor dicho de momentos surreales, esa incesante lluvia dorada, paranoia delirante digna de Dalí, y una técnica narrativa que a golpe de reloj, secuencias repetidas y bucle interminable acongoja.

Y ahí se fragua lo mejor y lo peor del film. Una primera parte excelente, paciente, cronometrada hasta el extremo, y repleta de grandes momentos dignos del mejor western. Pero una segunda parte donde tanto juego, tanto reloj que avanza hasta un enervante minuto a minuto, y tanta ausencia de sol que broncee los cadáveres pendientes de surgir hace zozobrar, que no naufragar, ligeramente el resultado final.
En fin, digna de ver y de comprender, diferente, obsesiva, un reloj suizo plagado de plomo, sangre, sudor, orina y oro.

Cartel de Dejad que los cadáveres se bronceen
Cartel de Dejad que los cadáveres se bronceen

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Hace un rato se ha podido ver en el Festival de Sitges 2020 la rusa Superdeep (Kolskaya sverhglubokaya) de Arseny Sukhin, una de ciencia ficción / terror escrita por Sergey Torchilin, protagonizada por Milena Radulovic, Nikita Dyuvbanov y Vadim Demchog, y basada en aparentes hechos reales ocurridos en el círculo ártico, y más concretamente a 12.000 metros bajo tierra, en el conocido como Pozo Superprofundo de Kola (KSDB) o SG-3, nombre que recibe un proyecto de prospección científica de la URSS para profundizar en la corteza terrestre… una barbaridad que sólo se le puede ocurrir a la tierra madre Rusia.

Milena Radulovic plantando cara a los terrores de Superdeep
Milena Radulovic plantando cara a los terrores de Superdeep

En fin, el embargo para hablar de ella ya ha terminado… al tema. En la historia contada en Superdeep nos situamos en 1984, pocos meses después de la apertura del pozo Kola, los científicos que allí trabajan registran voces y gritos de origen desconocido… estos sonidos de ultratumba llegan desde lo más profundo del pozo. El laboratorio se cierra, como es menester, y un equipo de investigación de emergencia, dirigido por una científica llamada Anna (Radulovic), y un jefazo militar calvo, es enviado para averiguar lo que esconde el pozo más profundo del mundo. Sacando provecho de una escenografía real muy sobresaliente, Sukhin hace una curiosa mezcolanza, fusionando la habitual paranoia presente en el terror psicológico, paladeando también el terreno de Alien, el octavo pasajero (Alien), aunque siendo en realidad una película de virus que a golpe de truculencia física, deformación y transformación, nos recuerda en parte a la reciente Aniquilación (Annihilation). En tiempos del COVID-19 que algo más viejo que los hongos o el mismísimo moho haga estos estragos no levanta mucho el ánimo.

Miles de referencias plagan Superdeep
Miles de referencias plagan Superdeep

Superdeep es indudablemente curiosa, pero también arrítmica, lenta, por momentos digna de teatrillo y, supongo que por el propio estilo de narrar ruso, especialista en sacarte todo el rato de la historia. Hay momentos que no pegan ni con cola… ¿en serio ese final es necesario? Pero sí, se puede ver, pero sobre todo para disfrutar de su tercer acto, altamente grotesco y plagado de barbaridades corpóreas dignas de ser vistas en La Cosa (The Thing) de Carpenter, y para valorar que estos rusos tienen buenos medios e ideas molonas que con otra sensibilidad cinematográfica podrían hasta dar como resultado un producto notable. Aunque es pesadita de narices, ni tan mal Superdeep.

Cartel ruso de Superdeep
Cartel ruso de Superdeep

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Quentin Dupieux es único. Inimaginable Rubber, imposible Wrong, inconcebible Wrong Cops, surrealista Réalité… pendientes sin ver Bajo arresto (Au poste!) y la reciente La chaqueta de piel de ciervo (Le daim). Este año el Festival de Sitges se nutre de su último trabajo como director / guionista: Mandibules.

Dominique, la mouche
Dominique, la mouche

Cuando dos amigos ingenuos, Manu (Grégoire Ludig) y Jean-Gab (David Marsais), encuentran una mosca gigante atrapada en el maletero de un automóvil, deciden entrenarla con la esperanza de ganar mucho dinero… y ya está. Un nuevo sinsentido altamente recomendable donde lo surreal campa a sus anchas de principio a fin, y ojo, no ya tanto los la mosca gigante que los dos protagonistas pretenden educar para que, cual circo de pulgas, les acabe montando en el euro, si no por el mundo de Wayne en el que estos dos viven. Dupieux vuelve a gestar uno de sus habituales productos donde la naturalidad de su historia que completamente desbordada por un imaginario que ya es marca de la casa. Todo ocurre como tiene que ocurrir, pero a la idiotez de estos dos amigos de la infancia hay que sumar las situaciones más insospechadas e inesperadas. Nada de lo que ves puede o debe ocurrir, pero ocurre. Esa es la grandeza de Quentin Dupieux, todo lo que ofrece es diferente, cómico, inconcebible y carente de todo sentido de la razón. Mandibules es una pequeña joya, ideal para aquellos que han disfrutado con singular anonadamiento la vida de este francés que hace cosas impensables. Mola. Y ojo, acompañando a estos dos la maravillosa Adèle Exarchopoulos en su papel más inclasificables, sin rivalizar para nada con su participación en la extremadamente húmeda La vida de Adèle (La vie d’Adèle).

Cartel de Mandibules
Cartel de Mandibules

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Si uno quiere pasar un rato simpático viendo una peli de terror a lomos de mucho humor negro y un motón de homenajes al cine de terror y sus variopintas disciplinas, nada mejor que echar un vistazo a la divertida Vicious Fun, film pergeñado por Cody Calahan, director que ya estuvo en Sitges presentando la normalita Antisocial en el 2013, y que nos introduce en una historia diferente.

Joel, el protagonista de Vicious Fun
Joel, el protagonista de Vicious Fun

Escrita por el debutante James Villeneuve, supongo que nada que ver, nos introduce en la historia de Joel, Evan Marsh (¡Shazam!), un ácido crítico de cine, podría pasar por blogger, especializado en el género de terror que, por avatares de la vida, acaba en medio de un grupo de terapia para asesinos en serie. Este es el original punto de partida de Vicious Fun, y desde este instante el bueno de Joel tendrá que apañárselas como puede para plantar cara al grupo de matarifes encarnados por Ari Millen, Julian Richings (El hombre de acero), Robert Maillet (el gigante de Pacific Rim o "The Strain") y Sean Baek ("Killjoys"), contando con la ayuda de Carrie, Amber Goldfarb ("Helix"), una del clan que tiene mucho más que decir. Ah, y en medio del fregado el siempre molón David Koechner (Cheap Thrills, Piraña 2 3D o Krampus: Maldita Navidad). Resulta que Vicious Fun se mueve a ritmo electro, con mucho aroma años 80 y luces de neon, Calahan y Villeneuve se sacan de la manga un buen paquete de referencias a iconos del género como la saga Viernes 13, obras de culto como American Psycho, o revistas míticas como Fangoria, todo regado con generosas dosis de hemoglobina, algún que otro miembro amputado y mucho absurdo por minuto. Muy recomendable.

Genial cartel de Vicious Fun
Genial cartel de Vicious Fun

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Una de esas que prometían entretener durante la celebración del Festival de Sitges era Península (Train to Busan 2: Peninsula), secuela a lo apocalipsis zombie definitivo de la muy entretenida y original Train to Busan (Busanhaeng)… ambas de Sang-ho Yeon.

Pero todo lo que fue Tren a Busán hace unos años es justo todo lo que no es esta su secuela Península. Personalidad propia tiene, como elemento mezclador durante sus cerca de dos horas de estilos tan diversos como persecuciones a lo Fast and Furious, un rescate survival cercano al disfrutado en 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York), una sobrecarga de zombis como las imperativas de Guerra Mundial Z (World War Z), bandas de matones en el páramo a lo Mad Max: más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max Beyond Thunderdome) y drama… mucho drama al son de piano, guitarra española y violín del que genera empatía cero (y más con ese guión de corta pega que ni con cola). Pero claro, es sabido que no todo en el campo de los zombis es orégano, y poco ayuda también el reparto de esta secuela, que reconozcámoslo tampoco es que destaque como sí lo hicieron Dong-seok Ma o Yoo Gong en aquel escalofriante y agónico viaje a Busán. Península entretiene más o menos, aburre otro tanto, y se pasa dramatizando hasta el extremo un tercer acto que hace perder toda esperanza de que podamos ver un nuevo viaje al infierno apocalíptico en el que han convertido esa Corea. Pone nervioso su protagonista, el permanentemente triste Gang Dong-won (Illand: La brigada del lobo). En fin, vista una vez… nunca más.

Peninsula #1
Uno de los carteles de Península

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