Eso es lo que pasa cuando echas el resto tratando de reinventar una obra de culto, que cuenta con un público que la recuerda con orgullo y que se sigue disfrutando al máximo aun pasando sobre ella cerca de 30 años. En un nuevo episodio de la larga lista de institucionalizaciones por parte de los grandes estudios de Hollywood llega RoboCop (2014) de José Padilha, debutante en el mercado USA que desconozco que hubiera logrado hacer si le hubieran dado carta blanca sobre el proyecto que nos trae aquí pero que puedo imaginar que algo mucho mejor si echamos la vista atrás y observamos con detenimiento su fabulosa Tropa de élite (Tropa de elite, 2007). MGM y Sony, dos de las grandes, han unido fuerzas para reinventar el icónico personaje creado por los guionistas Edward Neumeier y Michael Miner, uno que de forma crítica, cínica y abiertamente violenta fue transformado en cine por un director sin pelos en la lengua como Paul Verheoven, maestro entre maestros, al que acompañó la extenuante capacidad creativa de un visionario de los efectos especiales como Rob Bottin. Pero claro, los tiempos que corren son el ahora, y en estos momentos el mercado es quien marca descaradamente la pauta a seguir si hablamos de superproducciones, y que además se ven acompañados por una muy patente carencia de ideas donde ya no existe el riesgo, con naturalidad se le teme, y donde todo se ve avocado a una mojigatería que debe contentar a un público extremadamente amplio dek que se necesita que puedan verlo todo.

Con estos mimbres nade RoboCop, film que mantiene la esencia de la obra de Verhoeven, lo humano prevalece, y que continua explorando y criticando el claro devenir de nuestra sociedad hoy en día y donde el poder de los corruptos más el tejemaneje de los medios es lo que en el fondo debería ser castigado con dureza. Josh Zetumer, el guionista de este RoboCop 2014, elabora una historia correcta con engaños varios, de respetuosos guiños al pasado, pero que sin embargo se disipa como un pedo en una tormenta ya que tras 60 minutos no llega a trascender ni un 1% de lo que lo hacía ya en esos momentos la obra de la que es remake. Llegado a un punto donde la cosa no puede ser más plana todo cambia y mucho, el nuevo RoboCop, sus debates personales internos y el juego sucio de las grandes corporaciones, OCP sigue siendo una empresa de doble, triple o cuádruple moral, luce como se esperaba en un frenesí que salvo porque no cuenta ni con una gota de sangre – no se nos vaya a desmallar alguien – es hasta entretenido. Pero pasado este revitalizante parte el globo comienza a deshincharse y se confirma que MGM ha perpetrado un producto que puede que funcione en taquilla pero que no pasará, seguramente ni lo pretenda, a la historia como lo hizo ese otro RoboCop (1987).

En medio del fregado un Joel Kinnaman anticlimático que en su puesta en escena cuenta con una reinvención menos aparatosa del famoso cuerpo robótico en el que se ve obligado a revivir. Junto a él gente de peso como Samuel L. Jackson en modo rey fascista televisivo, y un retornado como Michael Keaton al que secunda Jackie Earle Haley en un papel que no cae en gracia. Otros como Gary Oldman o Abbie Cornish aportan su granito de arena aunque si les otorgas menos metraje tampoco se les echaría en falta.

No se, los ochenta eran más gamberros, entregados y auténticos, no había tantas preocupaciones y el cine de adultos era eso, cine de adultos. Ahora la ceniza MPAA coarta a las grandes compañías que, por otro lado y de forma igualmente culpable, optan por descomunales inversiones que deben ser recuperadas sea como fuere… y en este caso la solución la encuentran rebajando notablemente cualquier atisbo de personalidad que diferencie a este producto de esas otras decenas que llegan a la gran pantalla bajo este sello a lo largo del año.

Uno de los carteles de RoboCop
Uno de los carteles de RoboCop

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Planteemos una ecuación muy simple: costumbrismo, viaje a la América low cost, eso de profunda tampoco es que me parezca del todo correcto porque aquí a la vuelta de la esquina también tenemos de esto, y muchas relaciones, ya sean familiares o no. Estos tres elementos sirven a Alexander Payne, el director de cosas también muy de introspección como A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002) o Los descendientes (The Descendants, 2011), de argumento para contarnos el curioso viaje obsesivo de Woody Grant, Bruce Dern fantástico, un simpático y cabezota anciano que ha recibido una carta donde se le anuncia que es el ganador de un jugoso premio de un millón de dólares. Este punto de partida sirve para meter al espectador en un apacible periplo entre Billings y Lincoln, tránsito entre los puede que muy tediosos estados de Montana y Nebraska, donde nos cargaremos las pilas con múltiples reencuentros familiares, pausa, donde se sacarán a la luz viejas rencillas, pausa, y donde reinará esa tozudez supina de la que Dern hace maravillosa ostentación, nuevamente pausa. Nebraska (2013) es un entretenido melodrama familiar con momentos de comedia, agradecidos para levantar ánimo entre tanto aprovechado que ve en una falsa obsesión, propia de un hombre mayor y senil, una forma de sacar tajada. De regalo una reveladora relación padre hijo, de esas que de vez en cuando merecen verse para pensar sobre el tema y darse cuenta que las rarezas son eso, peculiaridades de cada uno con las que se debe aprender a convivir. Triste pero positiva, viene aderezada con June Squibb, muy divertida, y un elenco de actores que ponen sobre la mesa a la taciturna familia Grant.

Cartel de Nebraska
Cartel de Nebraska

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Y algunos se preguntarán que tiene David O. Russell que últimamente parece apostar exclusivamente por productos con premio, que le pregunten si no a Robert Redford. Pues desde luego un gran saber hacer, mucho ojo, probablemente suerte y, por qué no decirlo, grandes e impagables apoyos a la hora de promocionar sus últimas aventuras como director. De un tiempo a esta parte O. Russell no para de acertar, cualquier tiempo pasado en este caso no fue mejor, y tras The Fighter (2010), El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012) y ahora esta La gran estafa americana (American Hustle, 2013), estamos ante un caso insólito de frenética dirección que da como resultado films que han cosechado sin control premios y más premios, a la par que reconocimiento.

Por otro lado este director sabe rodearse de nombres y, como ya hiciera en las otras películas citadas, no ha dudado tirar de agenda y cosechar en su pasado volviendo a contar primero con Christian Bale, ganador de un Oscar por The Fighter, Jennifer Lawrence, ganadora de un Oscar por El lado bueno de las cosas, Bradley Cooper, no ganador pero ahí le anda gracias a este director, Amy Adams, cinco veces nominada al Oscar y ya conocida del director por el primer proyecto de esta gran etapa, o Jeremy Renner, otro que tal baila con papelones como los de The Town (2010) o En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008), ambas nominaciones, aunque también con más de un tropiezo considerable. Con este plantel ni queriendo se puede hacer algo malo, aunque tampoco tiene porque ser extremadamente bueno. Esto es lo que le pasa a La gran estafa americana, una visión libre de la nada conocida operación Abscam, aquí podríamos hacer lo mismo con la Pokemon por poner un ejemplo, por la cual el FBI decidió contar con el apoyo de un estafador e informante llamado Melvin Weinberg para poder acabar con una trama de corrupción donde campaban a sus anchas políticos o mafiosos. En la película el Weinberg este ha evolucionado a un tipo llamado Irving Rosenfeld (Bale), uno que vive a su ritmo, estafando, pero sin resultar demasiado evidente todo lo que hace. Junto a este curioso empresario figura su amante Sydney Prosser (Adams), y junto a él ambos serán "reclutados" por el ansioso agente del FBI Richie DiMaso (Cooper), rey del pelo rizado y la excitación descontrolada, para dar caza a un muy rocambolesco y evolutivo plantel de delincuentes, corruptos y mafiosos… ¡como la vida misma pero en modo comedia!

Y es que en global La gran estafa americana funciona como multigénero, siendo los golpes de efecto más cómicos aquellos que hacen relajarte con bastante asiduidad, pero pasando también al drama personal donde el temor a los actos que uno comete hacen crecer dudas y pesares asociados a la amistad, las relaciones personales y la profesionalidad. Todo esto da forma a una historia simpática, cargada de estética setentera donde los cardados, la laca, los rulos de alcoba y un ya mítico bisoñé, hacen que te metas más y más dentro de la obra. Encantadores los paseos por la pantalla de gente como Michael Peña y sobre todo un Robert De Niro que adopta la forma de aquellos ítaloamericanos en gafa de pasta y muchos años que Scorsese encontraba para pulular por sus obras mafiosas más geniales. Pero eso si, conforme el film avanza, y el lío se hace más y más grande, más crecen las esperanzas de ver un desenlace magnífico a lo El golpe (The Sting, 1973)… pero claro está, eso no está al alcance de muchos, y O. Russell no es capaz de tomar el pulso final resultando todo en un desenlace descafeinado que no hace sombra a todo lo que durante dos horas ha ido montado con maestría y diversión.

En fin, vale mucho la pena verla, pero la veo como otra The Fighter o El lado bueno de las cosas… para disfrutar pero mucho me temo que será la que no rasque nada, o muy poco, en los siguientes premios.

Uno de los carteles para el mercado usa de La gran estafa americana
Uno de los carteles para el mercado usa de La gran estafa americana

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Pues habrá que seguir hablando de esas otras películas que no entran en los géneros habituales del blog pero que merecen ser vistas, y más con los premios Oscars ahí a la vuelta de la esquina. Para comenzar nada mejor que hacerlo recomendando El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), la última pieza del artesano Martin Scorsese y un viaje sin concesiones al extremo y desbocado mundo de las drogas, la prostitución y los corredores de bolsa… aunque solamente de la parte formada por los que se forran en tiempo récord haciendo no precisamente las cosas limpiamente. El lobo de Wall Street es de paso un nuevo avance, otro más, en la madurez como intérprete del gran Leonardo DiCaprio, actor que merece la pena ser disfrutado una y otra vez hasta que se te sequen las retinas aunque, siendo realista, ya no le queda nada por demostrar y con cada papel que se echa a la espalda deja claro que es de lo mejorcito que hay hoy en día en el starsystem conocido. Pura maestría.

Basado en una obra autobiográfica, El lobo de Wall Street cuenta la vida y obra de Jordan Belfort, un agente de bolsa que debido a su gran conocimiento del medio, y sus ansias por medrar, acabó dominando el mercado bursátil durante parte de los años 90 aunque, como ocurre de vez en cuando en estos casos, sacando provecho de métodos poco morales y mucho menos legales. Belfort vivía al límite y eso implica poder absoluto, algo por que lo Scorsese siente fascinanción vista su carrera cinematográfica. En el fondo, que digo fondo, en el más amplio sentido de la palabra, Belfort es el amo, un ser superior que se muestra rutilante e imponente por encima del resto de mortales que le adoran e idolatran. Más todavía, Belfort es esa especie de dios del mal vestido con los mejores trajes, de ser despreciable que maneja y al que le gusta que le riendan pleitesía. Ese mal, ese poderío, esa superioridad que supura Belfort es algo que Scorsese disfruta rescatando y mostrando al espectador como ya demostró, aunque en otro rango de villanía y personajes, en muchas de sus anteriores películas. Casino (1996), Infiltrados (The Departed, 2006), Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990), El cabo del miedo (Cape Fear, 1991) o Gangs of New York (2002) cuentan todas ellas con este estereotipo de rey villano que de form sobrada se impone a los demás con magnificencia. Jordan Belfort es el nuevo Frank Costello, el Bill "The Butcher" Cutting de Wall Street o Sam "Ace" Rosthein de parquet bursátil.

Y ahí está la genialidad de El lobo de Wall Street, Scorsese genera un nuevo modelo de villano, uno que ya hemos conocido en otras cintas y documentales, o incluso en las noticias que vemos a diario por televisión, pero sacando a relucir su lado más frívolo y extremo… en este caso un día a día rodeado de drogas, prostitutas, excesos y locuras varias. Pero eso si, Jordan Belfort, y la marabunta de chorizos que le acompañaban, aquí no se venden como tipos deleznables, que lo son, rastreros, que lo son, o ladrones, que lo son. Scorsese opta por tomar otra camino, uno mucho más divertido y repleto de momentos cómico-épicos surrealistas, y viste a la mona con sus mejores sedas, aportándole un genio y una dulzura que llevan a Leonardo DiCaprio, y a gente como Jonah Hill, a un nivel de encanto entrañable y, no lo vamos a negar, hasta deseable. Que tire la primera piedra el que no haya disfrutado viendo los excesos de Belfort y compañía y haya pensado… en fin. Eso si, es tal la bajeza moral de los actos cometidos que menos mal que Martin Scorsese se saca de la manga una obra de este calibre donde, nuevamente, decora lo peor de la sociedad como un aspecto hasta apetecible. Así uno hasta se regozija con los antojos de Belfort, con sus magreos sexuales y sus probaturas lisérgicas. Porque te lo pasas pipa viendo la vida de este personaje, si bien una vez devorada la película da para un buen rato de charla sobre lo nauseabundo que fue este fulano que vivió al límite a costa de otros muchos a los que pisó, detrozó y humilló sin si quiera despeinarse.

Pues eso, El lobo de Wall Street está ahí para ser recordada, para tener al lado de las otras obras de Scorsese, y para disfrutar una y otra vez de es pedazo de actor que es Leonardo DiCaprio o de Margot Robbie (esto tenía que decirlo), un sucedáneo de aquella Ginger McKenna que en parte manejaba la vida del pobre Sam Rosthein. ¿Tres horas de metraje? Si, un poco extenso y con algún que otro momento un pelín pesadito, pero una cosa compensa a la otra y los años de perfección de Uno de los nuestros, Casino o la reciente Infiltrados ya han pasado, aunque al 95% siguen más que presentes en El lobo de Wall Street.

Y recordad que ya podéis hacer la Quiniela de los Oscars de este año. Más premios serán anunciados la semana que viene.

El cartel de la película que no pude ver en cines ni queriendo
El cartel de la película que no pude ver en cines ni queriendo

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Me he planteado abrir un poco más el rango de opiniones del blog para este 2014. Mi idea no es tanto hablar de todo lo que vea, que puede ser mucho y cansino, si no recuperar aquellos films que crea merecen un visionado por vuestra parte y que por haches o por bes no acaban por ser suficientemente conocidos dada la vorágine de estrenos semanales que acaban en los cines de nuestra ciudad… o más probablemente porque ni llegan a ver la luz del día en estas tierras. Para arrancar con esta nueva vertiente de opinión os presento uno de los mejores documentales estrenados el año pasado y que pude ver el otro día como primer film del año.

Blackfish (2013) de Gabriela Cowperthwaite es una increíble obra que profundiza en las por lo general muy discutibles acciones del ser humano sobre todo lo que nos rodea. En este caso es necesario meditar sobre las ansias de dominación, explotación y enriquecimiento del hombre frente y a costa de las orcas, cetáceos que con motivos meramente comerciales son cazados para disfrute del respetable.  El documental se centra en un caso particular y su entorno general: Tilikum, una orca "asesina" capturada a principios de los 80 en las costas de Islandia con un expediente de no te menees. Desde un primer momento el espectador recibe con estupor hasta donde puede llegar la crueldad humana para luego entrar, sin descanso, en una espiral donde el maltrato y acoso contra el animal son la nota dominante, entre otras cosas. La vida de esta orca arranca con el castigo físico y mental infligido primero por parte de sus captores, horrible, seguido de las lamentables condiciones en las que llega a vivir en cautividad para terminar el maltrato por parte de los de su propia especie… que si, que también se da. El documental aprovecha para ahondar en otros temas como el equilibrio mental de las orcas ya que comparativamente hablando, si un humano encerrado de por vida tiene una alta probabilidad de acabar psicótico, ¿por qué no puede ocurrir lo mismo con un ser como este y más si siente, se socializa y padece de forma muy similar al ser humano?

Tilikum es responsable y participante de la muerte de tres entrenadores de orcas, la última de ellas Dawn Brancheau en 2010, y sus descendientes directos, ¿genética?, de otros cuantos. Cowperthwaite pone también su ojo primero sobre SeaLand, una compañía que en la costa pacífico sobreexplotaba a Tilikum de forma deleznable, y luego en SeaWorld, el conocido parque temático que puebla medio Estados Unidos y que se justifica insistiendo en que las orcas en cautividad viven muchos más años que las que están en libertad. Ojo, todo el documental se cuenta desde un único punto de vista, lo normal en este tipo de obras, así que apoya toda su fuerza en material gráfico muy cruel y declaraciones de implicados en las acciones tanto de Tilikum como de sus descendientes, o en como el negocio del entretenimiento machaca no solo a las orcas si no que también a sus entrenadores. Jornadas maratonianas de trabajo en condiciones extremas, tanto para los cetáceos como para los que se meten en las piscinas con ellos, lo que conlleva a que tanto las orcas como los entrenadores puedan acabar perdiendo el control, las primeras, y la vida, los segundos. Se cuenta el caso de Loro Parque y la muerte de Alexis Martínez, un entrenador que perdió la vida por un ataque de una orca llamada Tekoa, descendiente de Tilikum.

En fin, debéis verlo si o si. Lo acompaña además una grandísima banda sonora compuesta por Jeff Beal que pone los pelos de punta.

Cartel de Blackfish
Cartel de Blackfish

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Sigo anclado pensando que Balada triste de trompeta (2010) es la última gran película del director bilbaíno Alex de la Iglesia. Con Las brujas de Zugarramurdi (2013) no se puede negar que el estilo de este tipo de espíritu permanentemente joven e irreverente revive con imponente fuerza tras la desconcertante La chispa de la vida (2011). Este resurgir se debe a un arranque imparable, excepcional e incalificable donde, curiosamente, Jaime Ordóñez, el taxista, Manuel Tallafé, el cliente del taxi, y Macarena Gómez, la madre Armagedón, se comen con descaro a los también simpáticos y vitales protagonistas encarnados por Hugo Silva y Mario Casas. Si, la escena de Sol y la posterior fuga, fabulosa la idea de que los mimos más incalificables sean los reyes del mambo (ese hombre invisible), uno llega a Zugarramurdi y comienza el lento pero imparable descenso a los infiernos de lo anodino.

La verdad, aunque el film sigue contando con impulsos repletos de simpatía y mala baba merced nuevamente a las aportaciones puntuales del notable elenco de actores, mención especial a la pareja de policías encarnados por Pepón Nieto y Secun de la Rosa, el desvarío padre donde ya caen pesaditas Terele Pávez, Carolina Bang o Carmen Maura no llega a levantar las pasiones que debería. Resulta cansina la desgana de algunas y la sobreprotección de otras, menos mal que la buena aportación de Javier Botet, muy divertido, añade algo de serenidad al extremadamente desquiciante final, largo, pesado y aburrido, que deriva en un incomprensible happy ending bastante penoso donde da la sensación de que Alex de la Iglesia solo pretende contentar a todo el reparto… ¿por?. La verdad, no tiene razón de ser y más tras ver que el humor negro cuando más siniestro y macabro mejor es. ¿Se ha olvidado ya de la fórmula que usó con Acción mutante (1993), El día de la bestia (1995), Muertos de risa (1999), La comunidad (2000), 800 balas (2002) o la ya mencionada Balada triste de trompeta?

Ah, mención especial no solo a la excepcional banda sonora de Joan Valent, si no a esa intro, en esto Alex de la Iglesia sigue siendo un dios, donde uno puede disfrutar de mil y un guiños a otras tantas brujas que han asolado, y asolan, el mundo sin la propia necesidad de irse a Zugarramurdi a participar en un aquelarre.

Cartel final de Las brujas de Zugarramurdi
Cartel final de Las brujas de Zugarramurdi

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Pues ya estamos, Peter Jackson, Fran Walsh, Philippa Boyens y Guillermo del Toro han desembarcado con el segundo episodio en la extensa adaptación, por momentos libre, de la magnífica obra "El Hobbit" de J.R.R. Tolkien. Nuevamente la invasión se hace con esos puede que polémicos 48fps y ese HFR 3D que hace semejar a la Tierra Media un símil de serie de televisión de la BBC cuando el plano corto y el cartón piedra hacen acto de presencia. Pese a todo eso, otra vez el formato ideal para ver el producto es en el que ha sido rodado, un formato diferente y atronador visualmente hablando cuando la hiperactiva movilidad de la cámara te traslada como si de una montaña rusa se tratara por los interiores del Bosque Negro o de la rocosa y megacolosal Erebor.

Junto a este aspecto más técnico al fin se logra que la adaptación de El Hobbit sea en el fondo una fusión de diversas historias, perfectamente ligadas y tratadas de tanto en cuanto, que se han ido elaborando a lo largo de las casi tres horas que dura el film. Desde luego que en comparación con la primera película, El Hobbit: La Desolación de Smaug (The Hobbit: The Desolation of Smaug, 2013) tenía que dar para mucho más y lo logra. Primero por contener una presencia tan excelsa y mítica como el dragón Smaug, ser único y de libre imaginación en la literatura de Tolkien que cuenta con una personalidad perfectamente trasladada a la gran pantalla. Segundo por montar esa importante parte de los Apéndices de la obra de escritor británico en la que Gandalf (Ian McKellen) se va al encuentro del Nigromante en Dol Guldur, la voz que escuchamos en la versión estrenada en cines patrios es la de Benedict Cumberbatch gracias a la lengua negra que habla todo el rato. Y tercero, cuarto o quinto, porque se incluyen todas las líneas presentes también en la obra, desde el periplo de los enanos y Bilbo (Martin Freeman) por El Bosque Negro, su encuentro y propias vicisitudes en el reino de Thranduil (Lee Pace) y sus elfos silvanos, o la llegada a la Ciudad del Lago donde Bardo (Luke Evans) lucha por el protagonismo con el Gobernador (Stephen Fry). Jackson lo ofrece todo bien hilvanado, bravo, y tiene tiempo para ofrecer material de su propia cosecha donde por generación espontánea surgen personajes inventados. No tengo nada en contra de Legolas (Orlando Bloom) y Tauriel (Evangeline Lilly), pero ser una sexta historia de El Hobbit: La Desolación de Smaug sacará a más de uno de quicio salvo que piense en esa necesidad (e incluso obligatoriedad) de incluir en la narración y al coste que sea un personaje femenino con vital protagonismo.

El resto es despiporre y excelencia artística… o casi. Vale que es primordial el uso de los efectos digitales, que Weta es una de las más grandes en este aspecto y que mano a mano lucha con ILM por ocupar el puesto de honor dentro del reino de los VFX es un hecho. Pero no, veo innecesario que todo orco sea ficticio, y más cuando hace 10 años el trabajo de maquillaje había sido más que sobresaliente y merecedor de grandes alabanzas y premios. Smaug si, superlativo diría, Erebor también si lo que pretendes mostrar es su magnificencia (aunque deberíamos observar con actitud un poco más crítica y recordar los tiempos del combinado usado para Minas Tirith, Minas Morgul u Osgiliath). La Ciudad del Lago es una delicia de la arquitectura dentro del mundillo de la dirección artística, plagada de detalles y de clasicismo técnico, y también se disfruta mucho con el Bosque Negro, una aceptable fusión de efectos prácticos y elementos digitales para compensarlos… En fin, bien porque la evolución manda pero no tanto si piensas en las posibilidades del resultado final haciendo uso de pequeños matices que, dentro del costo final de la aventura, tampoco hubiera sido tan diferente (de hecho se rueda con actores maquillados de orco que luego se cambian digitalmente).

En definitiva, una película perfecta en su ritmo, repleta de grandes momentos, centrada en las historias de la obra, expandida sin necesidad y con cambios respecto a su fuente literaria que seguramente harían sonrojar al propio Tolkien si este se levantara de su tumba, pero eso es lo que hay. Nos queda ahora una tercera parte, El Hobbit: Partida y Regreso (The Hobbit: There and Back Again, 2014), que se aleja en estos momentos un año de nuestra vista. Un año que dará para ver la versión extendida de El Hobbit: La Desolación de Smaug, para valorar qué puede ofrecer Peter Jackson como cierre y que, sospechas, apunta a apoteosis digital puede que sangrante y dentro del corte de El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (The Lord of the Rings: The Return of the King, 2003). Veremos, pero desde luego la duda permanecerá ahí y más viendo el punto de corte entre este segundo episodio y el siguiente… no hay ninguna de las historias tratadas cerrada, todo sigue abierto y pendiente de decidir. Lo más curioso, no molesta y engrandece más el resultado final.

El cartel final de El Hobbit: La Desolación de Smaug
El cartel final de El Hobbit: La Desolación de Smaug

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Regreso con otra opinión de Sitges 2013 por eso de rellenar medianamente el domingo, y la confirmación de que hay días en los festivales de cine que pueden ser destructivos mentalmente hablando. Bajo el título L’Etrange Couleur des Larmes de ton Corps (2013), film francés de Hélène Cattet y Bruno Forzani, se esconde un giallo sin pies ni cabeza. Otra obra puramente alucinógena, que recuerda a los mejores viajes por la distorsión sonora y de imágenes italiana, sobre un tipo que llegado a su casa descubre que su mujer ha desaparecido. A partir de ahí, y a modo saltos sin mucho sentido, vemos el pasado de la casa, el pasado del protagonista y el presente. Cuesta dios y ayuda situarse en cada caso y distinguir quién es quién es este batiburrillo sonoro donde abundan los gemidos, los pezones, las navajas y las escenas modo caleidoscopio que levantan dolor de cabeza. La verdad, ni se os ocurra invertir vuestro tiempo en esto si no queréis acabar con el coco taladrado. No se me ocurre qué más contar porque aunque la aguanté de principio a fin acabé superado por el ruido, los chirríos, las imágenes desconcertantes y una lista de personajes a los que se les debería dar de comer por separado. Como ya dije por twitter… mierdaca pura!

Otro film de lo que destaca es el cartel. Precioso
Otro film de lo que destaca es el cartel. Precioso

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El pasado 15 de octubre unos cuantos afortunados pudimos disfrutar en el Festival de Sitges 2013 de Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013), el nuevo film del explosivo trío calavera Edgar Wright, Simon Pegg y Nick Frost. Resulta que Universal Pictures Spain estrenaba hoy la película en nuestro país, pero para conmoción del respetable la cinta ha contado con una pírricas y lamentables 22 copias para todo el territorio nacional. En Asturias no se puede ver, en Bizkaia apuntan que tampoco, en Madrid me cuentan que hay dos copias y ninguna en versión original. Está claro que si existe un gran mal para este tipo de decisiones este es la piratería, y mayor mal es que desde hace semanas esté circulando por la red una versión en alta definición del film de Wright doblada al castellano! No se si se trata de la edición USA, que cuenta con doblaje y subtítulos aunque no estoy seguro si español o castellano, o si es una filtración desde la propia distribuidora en España. Lo único cierto es que Bienvenidos al fin del mundo no ha sido la nueva La cabaña en el bosque (The Cabin in the Woods, 2012) porque dios no lo ha querido, aunque le ha rondado. La verdad, es una pena, merece ser disfrutada en pantalla grande pero poco ayuda esos desfases temporales que aplican las compañías a los estrenos en nuestro país… porque sí, 19 de julio estreno en UK, 23 de agosto en los EUA, buena parte de Europa a lo largo de septiembre y España, olé, el 29 de noviembre. Pues nada, si has podido verla espero que la hayas disfrutado, aquí vuelvo a colocar la mini review que publiqué en plena fiebre Sitges 2013. Lógicamente he tachado la frase final, hacía referencia al utópico estreno a finales de octubre que hábilmente fue aplazado por Universal.

Momento de hablar de otra de las joyas de este 2013 en el Festival de Sitges. El pasado domingo se pudo ver en el Auditori Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013) de Edgar Wright, episodio final a la definida como The Three Flavours Cornetto Trilogy, The Blood and Ice Cream Trilogy o la Trilogía del Cornetto, esta última la forma más sencilla. Qué decir, un cierre mayúsculo, una oda a la amistad y una aventura muy divertida que saca mucho jugo al aspecto más nostálgico de la ya inmortal amistad en pantalla entre Simon Pegg y Nick Frost. El trío calavera, padres putativos en modo director, guionistas y actores de las ya míticas Shaun of the Dead (2004) y Hot Fuzz (2007), acompañados esta vez por Paddy Considine, Martin Freeman, Eddie Marsan y Rosamund Pike, además de gustosos cameos de Steve Oram, Pierce Brosnan, David Bradley o la voz del mismísimo Bill Nighy, nos presentan una historia de reencuentro, mucha amistad, defecto de madurez o aventura etílica servida en pintas. Eso, macarras trasnochados y mucho más que no se puede contar pero que hay que ver porque es un cierre como la copa de un pino. Una banda sonora superlativa y una descacharrante invasión extraterrestre sirven para cruzarnos nuevamente con una aventura genial donde Simon Pegg se transforma y rompe moldes. Repetiré cuando se estrene en cines, a final de mes.

Gran cartel este de The World's End
Gran cartel este de The World’s End

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A estas alturas del blog creo que no sorprenderé a nadie si digo que soy un descontrolado fan de Guillermo del Toro. Más allá de su cinematografía, que me encanta, me siento atraído por su creatividad, su gran facilidad para transportarnos a mundos imaginarios merced a una mente educada, y, sobre todo, por su inquebrantable forma de ser. Debe ser uno de esos extraños casos denominados como de "uno entre un millón", pero Del Toro es alguien que sorprendentemente no ha cambiado pese al estatus en el que se mueve, era así en 1993 cuando presentó Cronos y lo sigue siendo ahora mismo una vez estrenada su última incursión en el cine, Pacific Rim. Resulta que desde hace un par de semanas estoy leyendo con agradable sorpresa el libro "Guillermo del Toro: Cabinet of Curiosities", un viaje bastante íntimo que gira en torno a todo aquello que rodea a este particular director, productor, guionista, escritor, diseñador, técnico de efectos especiales y maestro del coleccionismo nacido en Guadalajara, México, en 1964.

La obra que vengo a comentar hace un denso recorrido por tres de las facetas más conocidas de este personaje. Su vertiente más coleccionista, ecléctica es quedarse corto, su producción cinematográfica, por lo que el gran público le conoce, y sus famosos cuadernos / diarios, esos donde se recogen todos los pasos seguidos por Del Toro a la hora de imaginar e idear sus aventuras en pantalla grande, vean o no la luz.

Detalle de Guillermo del Toro: Cabinet of Curiosities

La parte más sorprendente, o al menos eso me ha parecido, es el recorrido inicial por la mansión Bleak House, demostración máxima de lo que Guillermo del Toro es. Y es que si bien descubrir hasta dónde llega su capacidad de almacenar objetos únicos es la repera, véanse las figuras a tamaño real de Sammael de Hellboy, la de H.P. Lovecraft o la de Burt Pierce maquillando a Boris Karloff de Frankenstein, puede que lo más sorprendente de todo sea conocer el pasado y razón real de llegar a esta idílica situación. Esta parte de la obra es un viaje íntimo pretérito, a su infancia, a descubrir qué le movía en sus tiempos mozos, qué le llamaba la atención, y qué cosas le inspiraron creativamente hablando y a niveles tan diversos como el arte, la forma de contar historias o de entender el cine. Del Toro conserva todo, desde las enciclopedias que cayeron en sus manos hasta la gran mayoría de obras literarias que le acompañaron durante gran parte de su vida en Guadalajara. En esa parte también se comienza a hablar de los famosos diarios que el "Gordo" lleva siempre encima, que comenzaron siendo una forma de almacenar toda idea que se le pasaba por la cabeza, una recomendación que le hicieron, pero que ahora mismo son una parte importante del legado que dejará a sus hijas.

Detalle de Guillermo del Toro: Cabinet of Curiosities

En este punto entramos en una segunda parte dedicada a estos diarios y al desarrollo de sus películas, las que han acabado siendo realidad. Cronos, Mimic, El espinazo del diablo, Blade II, Hellboy, El laberinto del fauno, Hellboy II: el ejército dorado y Pacific Rim. El modo narrativo de esta parte, decir que toda la obra es una especie de gran entrevista entre Marc Zicree y Del Toro, ahonda en la concepción de ideas para cada película, su desarrollo, su evolución y transformación, en como tal o cual dibujo o anotación del pasado fue luego aprovechado en un proyecto futuro, como se quedaron en el tintero imaginativas propuestas, etc. Se trata de un recorrido excelso, pormenorizado y repleto de detalles visuales del concienzudo trabajo de Guillermo del Toro. Páginas completas de sus diarios, dibujos, diseños, todo directo de su puño y letra, y con su particular estilo gráfico.

Detalle de Guillermo del Toro: Cabinet of Curiosities

De ahí se pasa a la parte final con un recorrido por varias ideas cinematográficas que no han cuajado. At the Mountains of Madness, Mephisto Bridge, Meat Market, The List of Seven y The Left Hand of Darkness. Esta parte está menos desarrollada, en extensión, que las anteriores pero no por ello resulta menos interesante. Nuevamente páginas completas con anotaciones de sus diarios, propuestas de como adaptar tal o cual parte, dibujos conceptuales, etc. Una delicia para el fan y para todo aquel que todavía sueña con que alguna de estas obras acaben dando el salto a la gran pantalla. Completan la obra un prólogo alucinante de James Cameron donde el director de Terminator (1984), Aliens el regreso (Aliens, 1986) o Avatar (2009), apunta que Del Toro es un especie de Da Vinci moderno. El epílogo es de Tom Cruise, aquí más de uno se llevará una sorpresa, y en medio de la obra te puedes encontrar anotaciones de gente como Alfonso Cuarón, Neil Gaiman, Ron Perlman o Mike Mignola. En definitiva, una obra que debe tenerse, disfrutarse y que servirá para conocer un poco más a este tipo… como dice Cameron, si Guillermo del Toro no existiera habría que crearlo, aunque, ¿cómo creas lo imposible?

Detalle de Guillermo del Toro: Cabinet of Curiosities

Y para celebrar este lanzamiento pues gran concurso. Ni más ni menos que dos ejemplares de "Guillermo del Toro: Cabinet of Curiosities" en su versión original editada en los EUA. El libro está en el planning de Norma Editorial para enero, 39€ es el precio que tendrá, pero esta es una buena oportunidad para disfrutarlo por adelantado y como ha sido concebido por el propio Del Toro. Os espero por lo tanto el 1 de diciembre, domingo, a primera hora para participar en un concurso que se alargará durante una semana entera!

Publicado por Uruloki en

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