Este fin de semana me he dado un homenaje acudiendo al cine la friolera de tres veces en dos días. Tras visionar La mujer de negro (The Woman in Black, 2011) de James Watkins y Shame (2011) de Steve McQueen el pasado viernes, ayer fue el turno de otra de las películas que más interés había despertado en este inicio de año tras su sobresaliente acogida al otro lado del charco. Estoy hablando de Infierno blanco (The Grey, 2011), mucho más llamativo y sugerente el título original, auténtica transformación del muy acelerado y bastante irregular, al menos en sus últimas apuestas, cine de Joe Carnahan. Tomando como base a adaptar la obra "Ghost Walker" de Ian Mackenzie Jeffers, trasladada a la gran pantalla además por este y Carnahan, asistimos a un film francamente sugerente sobre la condición humana y la transformación del ser ante situaciones bruscas, extremas y desesperanzadoras, y cómo se enfrenta uno al fatal destino aun cuando la moral y la capacidad física alcanzan cotas rematadamente bajas. Mucho ojo, Infierno blanco es un lobo con piel de cordero, una película aparentemente de acción que oculta sin embargo la Defensa (Deliverance, 1972) del nuevo siglo, una guerra desigual entre hombres y lobos, con las peores condiciones climáticas que nadie se pueda imaginar como telón de fondo, y en donde se impone un alucinante Liam Neeson, actor que con la madurez que le otorgan los 60 años que cumplirá en unos meses ha logrado algo francamente difícil… transformarse en una estrella con gran personalidad y un registro abrumador.

Cartel de Infierno blanco "Una vez más, combatiré la última gran pelea de mi vida. Vivir o morir hoy. Vivir o morir hoy"
Cartel de Infierno blanco
"Una vez más, combatiré la última gran pelea de mi vida. Vivir o morir hoy. Vivir o morir hoy
"

Estamos en una refinería en medio de la mortífera Alaska. John Ottway (Liam Neeson) trabaja en ella como uno de los encargados de la protección de los operarios que se dedican día y noche a extraer el preciado oro negro de la fría tierra en la que habitan. Las extremas condiciones del lugar confirman que estamos en el único sitio donde acaban los hombres que no son aptos para la convivencia con sus iguales. Cuando el turno se termina, Ottway y un amplio grupo de trabajadores se embarcan en un vuelo de regreso a zonas más habitables. Pero una desagradable sorpresa en forma de accidente aéreo dejará a un reducido grupo de supervivientes malheridos en un paraje desolador. Aislados de cualquier vestigio de civilización reconocible, y heridos en su gran mayoría, no solo tendrán que hacer frente a los peligros propios de la yerma y fría tierra en la que se les olvidará, si no de una manada de lobos que como raza dominante de la zona, y viendo en este grupo a invasores no deseados, harán todo lo posible por acabar con ellos para proteger su territorio.

Y es que la desolación es lo que más impone a uno cuando estás sentado frente a la pantalla mientras ve Infierno blanco. La emotiva composición de Marc Streitenfeld envuelve una película donde la fragilidad humana alcanza límites solo imaginables cuando el destino futuro y la esperanza que se tiene sobre él se desmoronan por completo. Tensión constante que sin embargo sufre de algún momento irregular, pero que mantiene perfectamente el interés sobre una batalla a vida o muerte, un auténtico reto por la supervivencia que va golpeando al espectador conforme las fichas van cayendo. Infierno blanco confirma nuevamente que no hacen falta grandes derroches para impactar, y que con buena mano, una historia poderosa y un elenco de actores ajustado, pero al que acabamos conociendo en gran detalle, se tiene un triunfo asegurado.