Y en estas tenemos a Universal Pictures tratando de alargar la sombra de una de las franquicias más recomendables de la pasada década si lo que uno busca es una trama ingeniosa en un mundo de espías y oscuros programas gubernamentales. Jason Bourne, creación de Robert Ludlum, terminó con nota sobresaliente hace unos años cuando en El ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, 2007) los programas Treadstone y Blackbriar acabaron dejando con el culo al aire a más de uno de los altos gerifaltes de la Agencia Central de Inteligencia. Pero claro, con el fin de Bourne, lo bueno de estas obras y sus adaptaciones de películas es que cada uno puede imaginar lo que le venga en gana, Universal vio como una de sus gallinas de los huevos de oro debía echar el cierre. Pese a los subsiguientes intentonas por parte del estudio de recuperar la buena fórmula que formaban el trío calavera Paul Greengrass, Toni Gilroy y Matt Damon, los años han ido pasando y la necesidad por estirar el chicle ha acabado llevando al estudio a prescindir de dos de las patas de la mesa, Greengrass y Damon se negaron, centrando todo su esfuerzo en la dedicación combinada de Gilroy, en este caso director y guionista junto a su hermano, amén de un nuevo agente llamado Aaron Cross, Jeremy Renner, llegado de otro programa más de la CIA. Obviamente hay adaptación de un producto escrito, pero esta vez todo bebe de la mano de Eric Van Lustbader, actual cronista de las posibles ideas que Ludlum pudo haber tenido pero que no llegó a tener… vamos, un inventor con siete secuelas a la saga original. Y claro, cuando la base falla, Gilroy es buen guionista aunque no tan experto director como lo es Greengrass, ni Cross es Bourne ni Renner es Damon ni Outcome es Treadstone. El resultado en definitiva es incompleto, tentado de crear una nueva manta sobre la que posar futuras películas pero donde se echa en falta la vigorosa trama de dudas que plagaban la pérdida de memoria de Jason Bourne. Además, las razones de Cross para hacer lo que hace resultan excesivamente poco llamativas…

Cartel de El legado de Bourne
Cartel de El legado de Bourne

En paralelo a la última acometida de Jason Bourne por sacar a la luz los trapos sucios del programa Treadstone, los mandamases de la CIA deciden poner pies en polvorosa haciendo limpieza total sobre todos los programas nacidos a raíz del germen original. Uno de los miembros de estos programas, el agente Aaron Cross (Jeremy Reener), logra evitar su eliminación y se embarca en una nueva aventura en la que se cruzará con la doctora Marta Shearing (Rachel Weisz).

Y es que lo que falla en El legado de Bourne es eso, trama y pretender vivir de algo que está terminado, gestar un nuevo producto, en el que faltan todas las incógnitas que atormentan al personaje, y tratar de convencernos de que con un nuevo agente debemos asumir que tenemos algo completamente diferente e igualmente bueno. ¿Qué narices mueve a Aaron Cross hacer lo que hace? La verdad, en una primera hora donde se trata de explicar con todo lujo de detalles, excesivos, los variopintos tejemanejes de las CIA para crear excelentes asesinos, intrascendente Oscar Isaac, el espectador sufre del ataque de un guión que trata de vivir del pasado pero donde nada de lo que ocurre llega a interesar demasiado. No aporta nada, y hasta resulta cómica, la razón bioquímica con la que pretenden justificar la existencia de los agentes del programa Outcome. No innovan nada, más de lo mismo y con menos carisma, los nuevos analistas de la CIA que deciden cerrar el chiringuito a las bravas mientras por otro lado sabemos que Jascon Bourne sigue tocando las narices a los cameos de Joan Allen y David Strathairn. Surrealista la presencia de Edward Norton, fatal, o del primer agente del nuevo programa, más madera, LARX… un imparable, y casi inhumano, Louis Ozawa Changchien. Y justo cuando la cosa se pone medianamente interesante, aunque como digo Gilroy no le llega a la altura de los zapatos a Greengrass y trata sin mucho éxito clonar las espectaculares escenas de acción y persecuciones de las anteriores partes, vas y cierras el grifo invitando con descaro a reencontrarnos en una (in) necesaria quinta parte.

Una pena, para pasar el rato pero poco más.