Pues mira por donde, pero resulta que Michael Bay sabe hacer cosas muy interesantes cuando se lo propone y se aleja de los boyantes presupuestos que le permiten destruir cientos de sets de rodaje o sembrarlos de impactantes complementos visuales que se ganan al público por su dimensión y pirotecnia. Di tu que Dolor y dinero se apoya en una de las historias verídicas más inefables que he podido conocer en muchísimo tiempo, y como resultado ofrece al espectador una oda al idílico concepto del sueño americano que, se ve que no todo es jauja al otro lado del charco, acabó como el rosario de la aurora. La verdad es que la película merece muchísimo ser vista y una de las razones es para pasar un gran rato con el excelente trabajo de adaptación de los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely. Estos dos han trasladado con esmero uno de esos capítulos de los que nadie tiene idea pero que por otro lado seguramente inunden la negra historia del país de las oportunidades. Adaptando un artículo escrito por Pete Collins en 1999 para el diario Miami New Times, Dolor y dinero rebosa humor negro, muchísimo y muy cafre, pero al tiempo, y si meditas lo que en realidad está ocurriendo, aporta lecturas tremendamente dramáticas sobre lo acontecido, sobre una sociedad en caída libre, decadente y con una moral atrofiada de tanto esteroide y proteína que se ha metido en vena. Porque si, la historia es muy cómica, pero dado el poco cerebro que deberían tener los que la protagonizaron en el mundo real te ríes más bien por el supremo grado de estupidez de estas personas que por lo que en verdad pasó… que tiene tela.

Y para dar forma a todo este inconcebible mejunje que tuvo lugar en los 90 pues tenemos a los ultramusculados Mark Wahlberg, observando todo desde la cima de su carrera, Dwayne Johnson y Anthony Mackie. Este trío se ponen en la piel de Daniel Lugo, Carl Weekes y Adrian Doorbal, tres adoradores del músculo, el segundo más bien de la cocaína y los excesos que funden el cerebro, que perdieron por completo el norte tratando de alcanzar la gloria con un plan tan grotesco y peliculero como inconcebible. Junto a estos un desagradable Tony Shalhoub, histérico y maleducado que merece ser robado, o veteranos como Ed Harris, Peter Stormare o la variopinta Rebel Wilson, obsesión lo creáis o no.

Pero una de las cosas más importantes es que lo que sigue presente pese a tener entre manos un proyecto realizado por menos de 30 millones es la estética Bay. Su cámara lenta – que en este caso sirve para disfrutar más y más de ese Miami repleto de color, noventero y sobre todo del superlativo Wahlberg, Johnson y Mackie – o su hiperbólicos movimientos de cámara demuestran que su estilo funciona también cuando en el fondo de la escena no todo está explotando y moviéndose a velocidad de vértigo. Vamos, que resulta que Michael Bay se ha puesto el mono de trabajo de buen cineasta y ha logrado lo impensable… una película completamente alejada de lo cánones a los que nos tiene habituados pero que sin embargo contiene todos los toques estéticos y de filmación que le definen como hombre orquesta en Hollywood. La duda que uno se plantea ahora es cuándo volverá Bay a este tipo de cine. Al menos esta apuesta, opera prima de su hasta ahora desconocida carrera, le ha salido de notable para arriba.

Para la historia quedará ya la frase "Mi nombre es Daniel Lugo… y creo en el fitness".

El cartel de Dolor y dinero que más me mola
El cartel de Dolor y dinero que más me mola