Ya son horas de ir recuperando viejas opiniones que tenía ahí pendientes y que a más de uno seguro que interesan. El primer capítulo del día sirve para dejaros con las impresiones generales que arraigaron en mi, y en los que me acompañaron, cuando acudí con cierta esperanza a ver Airbender: el último guerrero (The Last Airbender, 2010) del siempre agradable y particular M. Night Shyamalan. Antes de que entendáis mi enfado os quiero avisar que el cine de Shyamalan me gusta, y mucho. Considero superlativas obras como El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999) y El protegido (Unbreakable, 2000), y muy a tener en cuenta por su mágico toque personal películas como El bosque (The Village, 2004), Señales (Signs, 2002), La joven del agua (Lady in the Water, 2006) o la reciente aunque irregular El incidente (The Happening, 2008). Todo el reconocimiento como buen cineasta que ha ido acumulando a lo largo de este tiempo, pese a las críticas, me hace no comprender las razones para haberla pifiado, por no decir cagado, de semejante manera con esta adaptación de la serie de dibujos animados del canal Nikelodeon "Avatar: The Last Airbender" (2005-2008). Porque pese al derroche presupuestario del que se habla, 150 millones de dólares para hacer la película y unos cuantos más para su promoción ( las malas lenguas aseguran que cantidades astronómicas), el resultado es, como poco, mediocre. Porque si, hay que decirlo. Airbender: el último guerrero huele a encargo que tira para atrás, una forma como cualquier otra de cobrar un sueldo sin ofrecer cine con cuño propio… eso si, el precio pagado por Shyamalan comienza a ser desmesurado. Quien siembra vientos, recoge tempestades.

Cartel español de Airbender: el último guerrero
Cartel español de Airbender: el último guerrero

En una época de fantasía, el mundo conocido se divide en cuatro poderosos pero desiguales reinos. Cada reino basa su fuerza en un elemento primordial como son el Aire, el Agua, la Tierra y el Fuego. Tras un siglo de enfrentamientos sin control reaparece Aang (Noah Ringer), el último de los Avatar, una especie de guerrero con la habilidad de controlar los cuatro elementos independientemente de el reino en el que haya nacido. Ayudado por los hermanos Katara (Nicola Peltz) y Sokka (Jackson Rathbone) del reino del Agua, Aang viajará de regreso a su templo para descubrir que en estos años de ausencia el reino del Fuego, controlado ahora por Lord Ozai (Cliff Curtis), ha hecho mella en el resto de los pueblos. En este punto el Avatar deberá tomar parte del enfrentamiento para intentar acabar con el avasallamiento que el reino del Fuego aplica sobre los otros reinos. Eso y escapar de Zuko (Dev Patel), el desterrado hijo de Ozai que pretende darle caza para volver a ganarse el respeto de su padre.

Y es que Shyamalan nos introduce en un llamativo y con posibles nuevo universo cinematográfico, trilogía al canto, sin considerar lo más mínimo la posibilidad de fracaso, que todo sea dicho no ha sido el caso… aunque cerca le ha estado. Por ello opta por dejarnos con un film inconcluso, sin cliffhanger que nos haga tilín de cara al futuro y menos con un final convincente que provoque al espectador ansias de pensar que lo que ha visto tiene una verdadera finalidad. Porque el gran problema del film es lo fatalmente explotada que está la idea. Se vuelve a demostrar que unos grandes efectos no son la solución y que un fiel reflejo de la fuente de la que bebes tampoco – aquí desconozco cuan fidedigna es respecto del original. La capacidad de sorpresa que tanto ha gustado en los trabajos previos de Shyamalan, ese toque personal que deja claro que es un tipo diferente alejado de las grandes majors, es sustituida por un compendio de situaciones que no aportan nada, que no generan tensión alguna y que para asombro del respetable desembocan en un vacío tan grande como una fosa abisal de esas que hay en los océanos del mundo. Porque Airbender: el último guerrero no es nada al fin y al cabo, o por lo menos no lo quiere ser. Y claro, ausente el particular sello del director, la película debería haber estado enfocada como tantos otros grandes proyectos que son diseñados exclusivamente para recaudar tropecientos millones porque el público al que van dirigidos así lo asegura. Lo malo es que Shyamalan deja claro que esto no es lo suyo y que su excelso currículo tiene hueco para un borrón de consideraciones estratosféricas.

Y creo que no es momento de hacer leña del problema de los jóvenes actores. Este tema es un caballo de batalla para todo director que decide hacerle frente. Shyamalan no se puede escaquear y tiene que lidiar con esto. Y claro, es de muy difícil solución ya que solo si logras tener la suerte de encontrarte con un Jamie Bell, una Anna Paquin o una Natalie Portman en el camino, puedes triunfar en este aspecto. El reparto de mal en peor…