Opinión


Tras explotar el cine de acción de artes marciales como nadie, Merantau, The Raid (Serbuan maut) y su secuela The Raid 2 (Serbuan maut 2: Berandal), Gareth Evans vuelve a paladear las mieles del terror con El apóstol (Apostle), recordemos que junto al ahora muy presente Timo Tjahjanto co-dirigió el segmento "Safe Haven" de V/H/S/2. Vamos al tema…

En El apóstol nos trasladamos a los albores victorianos del siglo XX, Evans, además de director es guionista, nos envía de cabeza a una isla perdida en la que confraternizan conceptos tan icónicos del género del horror como la sectas religiosas, las deidades paganas y lo puramente sobrenatural. Nuestro protagonista es Thomas Richardson, siempre genial Dan Stevens en su habitual línea de tormento y éxtasis, hijo pródigo en las últimas, demolido por su pasado, pero que sin dudarlo se meterá de cabeza en la guarida del lobo para llevar a cabo una misión con claros indicios de que no tendrá un retorno sencillo: rescatar a su hermana tras ser secuestrada esta por los líderes de una secta impía y en la que uno no entra como si nada. Este viaje al mismísimo infierno servirá además a Thomas de periplo redentor para seguir dando sentido a su defenestrada existencia.

Evans propone un juego absorbente para el espectador. El director galés nos invita a sumergirnos e indagar en diversos frentes simultáneos. Sobre la mesa tenemos por ejemplo las tribulaciones del protagonista, golpeado por un pasado que iremos conociendo paulatinamente y que darán pleno sentido a su particular batalla personal, y contra la propia secta. En segundo lugar la secta en sí, desde un principio medio desmoronada, con claras diferencias entre sus tres fundadores y donde las decisiones que se van tomando juegan claramente en contra de su propia supervivencia. Pero ojo, hay hueco también para los sobrenatural y pagano, con una isla viviente, tan presa y secuestrada como la hermana de Thomas Richardson, que necesita de su propio sustento para dar sentido a la secta y de paso para ayudar a que el protagonista vaya encontrando de nuevo el camino de fe perdido. Aquí se encuentran los puntos a favor del film, suficientemente grotescos y dispares como para que cuando uno ve la película piense amablemente en esa joya que es El hombre de mimbre (The Wicker Man) de Robin Hardy. De regalo una dosis de brutalidad made in Gareth Evans: extrema, excesiva, sangrienta y con Stevens como gran protagonista… digna de una visita al mismísimo Silent Hill.

Pero como no todo en el monte es orégano, El apóstol también falla. Falla por su larga duración, marca de la casa como también lo es que estemos ante otra batalla de un protagonista solitario contra todos los elementos posibles e imaginables. Falla por lo ligero que resulta en camino del héroe, la vinculación personal de Thomas Richardson con su hermana es equivalente a la que este podría haber tenido con una persona cualquiera con la que hubiera tenido un momento de encuentro y se hubiese sentido obligado a rescatarla. Aquí hay que reconocer que la propuesta de Evans se descalabra… como leitmotiv vale, pero es un leitmotiv excesivamente importante como para dejarlo ahí de lado. Falla también por los líderes sectarios, poco explorados y a los que si bien nos enfrentamos en contadas ocasiones, en cada cara a cara nos encontramos con un giro completo de su forma de ser, Malcolm (Michael Sheen) cambia en exceso. Hay una evolución demasiado abrupta. Falla por culpa de todos esos frentes que abre, que tan interesantes resultan, pero que sin embargo no sabe manejar en su justa medida. El punto sobrenatural es el único que se sostiene de principio a fin, y puede que ese sea el verdadero pilar sobre el que se debe sostener toda la película… aunque curiosamente no lo parezca.

En definitiva, El apóstol de Gareth Evans mola, es un poco lenta pero acaba por fraguar algo ahí que te deja seguir dando vueltas a lo que has visto, ya sea por lo extraño de los acontecimientos como por lo salvaje de su desenlace.

Único cartel de El apóstol de Gareth Evans
Único cartel de El apóstol de Gareth Evans

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Uno de los éxitos entre el público más enfervorizado del Festival de Sitges ha llegado a Netflix. Es por lo tanto momento de disfrutar de The Night Come for Us de Timo Tjahjanto, epopeya de violencia extrema coreografiada con delicia imaginativa por un director que tampoco le hace ascos al gore más infernal (Sebelum Iblis Menjemput, Macabre, segmentos de The ABCs of Death y V/H/S/2).

Tras aprender la técnica en la no tan regular Headshot, también vista en el famoso festival pero en la edición del 2016, Tjahjanto desembarca con una muy satisfactoria película donde fundamentalmente no se hace ascos a dos cosas: la primera es la más virulenta y viciosa de las violencias; la segunda es el drama y la "moralidad" con cierta base. The Night Come for Us viene a ser un melodrama sangriento protagonizado por Joe Taslim, Ito, un destacado empleado de la mafia de Yakarta que decide bajarse del barco cuando un golpe de realidad le sacude en lo más hondo. Lo malo es que decirle adiós con la mano a las tríadas más extremas de su inframundo no es fácil, e Ito se verá abocado a sucumbir a una de las mayores espirales de cadáveres por metro cuadrado vistas en los últimos años en cine… eso sí, pagando un precio que te cagas por las bragas.

Antes de comenzar a poner la película por las nubes, no merece menos, hay que decir que en semejante carnicería además de Taslim participa un talismán del cine de acción moderno, y maestro de las artes marciales, como Iko Uwais, acompañado por otros cracks de este universo como Julie Estelle o Zack Lee, así como nuevos descubrimientos que responden al nombre de Dimas Anggara, Dian Sastrowardoyo y, sobre todo, Hannah Al Rashid… para flipar. El resto son cadáveres, muertos que poco a poco van sucumbiendo a puñetazos, patadas, cabezazos, machetazos, explosiones, tiros, perforaciones, degüellos y un sin fin de asombrosas opciones para dejarte literalmente tieso como una mojama. The Night Come for Us destaca por lo estimulante que resulta su acción, coreografiada a la perfección por Uwais y su ristra de colegas, pero al tiempo por lo bien que Tjahjanto ordena y manda en semejante berenjenal de hostias. Acción eléctrica, sin freno y vertiginosa, tan pronto te corto el cuello, como te clavo un taco de billar en el ojo, o te destrozo la columna de un rodillazo. Todo está perfectamente medido, movimientos, posiciones de los actores, de la cámara… secuencias infinitas donde de manera artística disfrutamos de buen cine de acción con un peso emocional notablemente trabajado.

La verdad, The Night Come for Us de Timo Tjahjanto bien merece ser vista y estudiada en conjunto con The Raid y su fabulosa secuela The Raid: Berandal. Ah, y el majo de Tjahjanto asegura que esta, si todo sale bien, va a ser la primera de un trilogía (o eso creí entender). Amén.

Cartel de The Night Comes for Us, en Netflix
Cartel de The Night Comes for Us

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Sigo tachando debes. Mientras aplazo El apóstol (Apostle) de Gareth Evans para mañana o pasado, es turno de Noche de lobos (Hold the Dark) de Jeremy Saulnier, thriller muy raro protagonizado por Jeffrey Wright, Alexander Skarsgård, Riley Keough y James Badge Dale, que puede ser visto en Netflix tras su paso por festivales varios como el Fantastic Fest de Austin.

Tras Blue Ruin y Green Room el bueno de Saulnier se ha adentrado en el más retorcido imposible. Ojo, la venganza de Blue Ruin se las traía, y la violencia para con los inocentes de Green Room era harina de otro costal. Pero esta Noche de lobos, no me encanta este título aunque funciona, sirve a Saulnier para adentrarse en la mayor de las desesperaciones, esa que debe ser marca de la casa en la América profunda, pobre y, para nada, tierra de oportunidades. Hold the Dark es un desasosegante viaje a un infierno familiar, uno en el que el ser humano deja nuevamente claro que "el hombre es un lobo para el hombre"… así es el cine de Saulnier. Su cine se mueve al amparo de esta máxima, Blue Ruin cumplía, Green Room se pasaba tres pueblos más, pero ¿hasta qué nivel se puede llegar? Pues hasta el más nocivo para con tus seres más cercanos. Esto es lo que el director nos planta delante de los ojos con Hold the Dark, una historia oscura en muchos aspectos y que debe ser soportada por el espectador en toda su crudeza, al tiempo que se trata de entender a qué narices se está enfrentando.

La historia de Hold the Dark, esta particular Noche de lobos, se entiende a varios niveles, si bien todos ellos bajo la premisa que por ahora define el cine de Saulnier: "el hombre es un lobo para el hombre". La primera dosis nos llega desde un punto de vista de desunión familiar, de promesa traicionada que es reclamada con un pago a todas vistas despreciable. Poco tardamos en conocer a Medora (Keough), una mujer abandonada, que ha perdido a su hijo y cómo esta tragedia hará finalmente que su marido regrese. Hasta ella misma lo reconoce, él le prometió que nunca se separarían… pero incumplió su promesa. Por lo tanto, primer atracón de máxima destructiva. Por otro lado tenemos a Vernon (Skarsgård), marido de la primera, uno de esos que no soportan el daño al ser humano y que no duda en aplicarse de la forma más violenta y salvaje cuando las injusticias más despreciables le rodean… tan inexpresivo como Anton Chigurh, tan inexcrutable como este, por ello Hold the Dark es el No es páis para viejos (No Country for Old Men), con matices, de Alaska. Lo siniestro del planteamiento de Saulnier es que Vernon se ve forzado a regresar, por ello es más despreciable si cabe esta ración extra de "el hombre es un lobo para el hombre" que el director propone. La tercera dosis la protagoniza el escritor Russell Core (Wright), reclamado por la mujer traicionada para dar caza al lobo que ha matado a su hijo, si bien en su periplo por la fría Alaska caerá en la cuenta que esto del "Homo homini lupus" se aplica entre el ser humano de forma despreciable. El propio Core así lo comenta, cuando la situación lo requiere, cuando los peores momentos llegan, se produce entre los lobos el infanticidio… los adultos devoran a las crías. Para rematar este viaje al cine de Saulnier el jefe de policía Donald Marium (Badge Dale), que en el fondo ha hecho eso mismo siempre, mirando para otro lado sin hacer caso a los habitantes de Keelut… otro que hace de la máxima de este director su credo.

Esto es Hold the Dark, adaptación de una novela de William Giraldi, y una invitación a la meditación sobre la traición, la propia naturaleza humana, la violencia y la muerte.

Cartel de Hold the Dark
Cartel de Hold the Dark

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Tras recibir todo tipo de halagos por los diversos festivales que la han disfrutado (se llevó el premio del público en el SXSW Film Festival), Upgrade de Leigh Whannell, puede que subtitulada en esta tierra como Ilimitado, llega a nuestras manos con idea de hacernos disfrutar de esta grotesca fusión de géneros donde se combinan la ciencia ficción (tanto extrema como sesuda), lo post-apocalíptico y las artes marciales. Salida de la mente y manos de un tipo como Whannell, hombre para todo nacido a la sombra de un James Wan del que es inseparable amigo, nos sirve para adentrarnos en una historia de múltiples matices y donde conviven sin molestarse la venganza, el dolor a diversos niveles, la propia cordura del protagonista y el control del subconsciente de forma falsa e insidiosa. Tras debutar en la dirección a los mandos de Insidious: Capítulo 3 (Insidious: Chapter 3), Whannell nos propone un proyecto diametralmente opuesto a todo lo que previamente había salido de su imaginación. Upgrade es completamente diferente a sus trabajos previos, esos aderezados con las puestas en marcha y continuaciones de dos de las sagas que han hecho grande al previamente mencionado Wan: Saw e Insidious.

Upgrade cuenta la historia de la pareja Grey (Logan Marshall-Green) y Asha Trace (Melanie Vallejo), del asesinato de la segunda y de cómo el primero queda tetrapléjico a manos de los mismos criminales. Ese punto de partida sirve para dar entrada a Stem (título original del film que fue cambiado porque en el fondo no decía nada y, al tiempo, personaje con la voz de Simon Maiden), una inteligencia artificial conectada al sistema nervioso de Grey que le ayudará a recuperar la movilidad, robótica y antinatural, pero movilidad al fin y al cabo. Este nuevo "poder", sirve para que Grey comience a elucubrar sobre el crimen no resuelto, llegando el momento en el que Stem se ofrezca como controlador de su cuerpo para solucionar situaciones claramente adversas. A partir de aquí Whannell jugará su mejores partidas.

Primero usando la baza de Marshall-Green. El actor, no abonado al éxito pero aun así protagonista de delicias como La invitación (The Invitation), vencedora del Festival de Sitges 2015, o superproducciones como Prometheus, sorprende con una interpretación suculenta, una en la que sobresale su desconcertada reacción ante el camino que toma su "controlado" cuerpo. Sí, en Upgrade asistimos a una colección de peleas donde la fisicidad y la brutalidad son la marca de la casa, merced a un eficiente y definitivo estilo de combate con un objetivo claro. Marshall-Green se aterroriza ante lo que su cuerpo hace de forma incontrolada pero, a la vez, necesaria para sobrevivir. Con este punto ganador, Whannel evoluciona la historia de Upgrade hacia derroteros cada vez más tortuosos. Ojo, seguramente no termine de sorprendernos, la obviedad suele ser el peor enemigo de estas películas, pero hay suficientes giros como para que el film termine siendo muy disfrutable. Desde luego Stem orienta, Stem da las pautas, Stem ayuda en situaciones complicadas, Stem no deja de ser una inteligencia artificial creada por la empresa del innovador Eron (Harrison Gilbertson). ¿Y?

Por eso es necesario ver Upgrade, para saber la repuesta a esta pregunta y sobre todo para disfrutar de algunas de las mejores secuencias de acción de los últimos años, así como para confirmar que la tecnología es parte necesaria de nuestras vidas… con lo que esto acabe suponiendo en el futuro.

El primer cartel de Upgrade
Un cartel de Upgrade para el mercado oriental

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Pues llegado el momento no se puede decir otra cosa que nuestro gozo en un pozo. La verdad es que pocas esperanzas había ya con Venom de Ruben Fleischer tras lo movimientos de Sony Pictures anunciando el no deseado PG-13, se esperaba otro tratamiento, y el posterior embargo tras los pases de prensa. Pero tras su visionado, queda bastante claro el poco cariño que el estudio le ha mostrado al personaje comiquero.

El punto de partida para este descenso a los infiernos del simbionte llegado el espacio viene a valorar lo que el film, en su conjunto, nos ofrece. Es curioso, pero la historia de este Venom y cómo ha sido contada no es propia del momento en el que estamos. Parece haberse gestado hace años, antes de que el cine comiquero buscara otros retos, profundizando en sus personajes, en su psique y sacando a flote los temores, terrores e inquietudes de sus protagonistas. Puede que sea tendencia ahora mismo, este tono oscuro que todo lo rodea, y que aquí se pretenda darle la vuelta a la tortilla, pero justo Venom exige ese tono. Es ideal para anotarse un punto bajo el modelo presente ahondando en la compleja relación que hay entre el invasor y su huésped. Sin embargo, se ve que el trabajo sa seis manos de Jeff Pinkner ("Fringe", "Perdidos" aunque también La torre oscura), Scott Rosenberg (Con Air) y Kelly Marcel (Cincuenta sombras de Grey ) ha optado por lo fácil, rápido e indoloro… error garrafal. Vista hace años podríamos haber dicho eso de "sigue la línea habitual", pero hoy en día no queda otra que gritar que "no arriesga lo más mínimo". La relación entre el simbionte y Eddie Brock se resuelve en cero coma, sin lucha interna, asumiendo el periodista su nueva situación, sin temor y angustia por lo que está pasando. Sí, lo pasa mal, pero hay una pasividad y una capacidad de asimilar lo que el cambio supone casi absolutas. Eddie no lo entiende, desespera por momentos, pero tarda un par de minutos en habituarse y ser consciente de todo lo que implica… Pero claro, cuando haces lo que haces, pues ocurre lo que ocurre.

Tras este primer punto seguimos con la pregunta del millón… ¿y de qué ha valido tener a Tom Hardy como gran protagonista? Pues para ver a un actor de su categoría, un verdadero mutante de la interpretación, sucumbiendo a la mayor de las excentricidades. De regalo, se saca de la manga unos momentos de histrionismo dignos del pájaro loco. Sí, juegan a favor de un enfoque, una especie de comedia, pero choca con el otro tono que se le pretende dar… más horror que otra cosa (aunque descafeinado) por la esencia del propio personaje. La presencia de Hardy es lo mejor, pese a todo, pero no se ve acompañado por Michelle Williams, anodina pareja a la que no le cuesta cambiar de chaqueta, o Riz Ahmed, intrascendente villano. Y de ahí pasamos a lo mejor del film, la criatura en si. Venom está bien creado, nada que ver con aquella vampírica versión del Spider-Man 3 de Sam Raimi. El film saca provecho de unos elaborados efectos visuales y crea un Venom a la altura, una bestia salvaje que se mueve no como una araña, si no que como el depredador que es. La química entre Venom y Eddie, las conversaciones que mantienen en la cabeza de este, tienen su guasa, pero no llega. Y entonces sueltan a Riot, ese villano de villanos. Otra sacada de chorra de Sony, cero aprovechada y, desde luego, injustificada. Porque sí, lo del viaje del simbionte Riot es de traca, una flipada del trío de guionistas.

Y claro, la cosa se termina, te quedas a las dos obligadas escenas post-créditos y fin. Al poco te olvidas, te das cuenta de la intrascendencia de Venom, del poco recuerdo que dejará y a otra cosa mariposa.

Cartel molón de Venom por Mondo. De lo mejor
Cartel molón de Venom por Mondo. De lo mejor

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¿Pero qué ha pasado? Creo que esta es la única forma de comenzar una charla acerca de The Predator, el retorno en solitario de la genial creación de Jim y John Thomas ahora revisitada por el siempre gratificante Shane Black, director y guionista, y su amigo Fred Dekker, un obligado de la serie B de los 80 gracias básicamente a cosillas como House, una casa alucinante (House), El terror llama a su puerta (Night of the Creeps) y, sobre todo, Una pandilla alucinante (The Monster Squad). Y es que si bien todos teníamos claro que The Predator era pura serie B con envoltorio de gran estudio, 20th Century Fox, una vez vista y pensada, se te queda la cosa en serie B, correcta, pero carente de la entereza que se le presuponía gracias a la mitología detrás del ser que hay tras el título. Ojo, la película está repleta de referencias al pasado / presente de Black y Dekker (risa enlatada), por ejemplo ese grupo de militares con problemas mentales enfrentados a la criatura del espacio, que no dejan de ser una evolución adulta y militar de aquella pandilla disfuncional que plantaba cara a Drácula, la Momia, Frankenstein o el Hombre Lobo en 1987, o esa metralleta en forma de diálogo plagada de humor negro y comentarios mordaces (marca de la casa Black). Hay saludos al Depredador (Predator) de John McTiernan, hay un uso masivo de la música original de Alan Silvestri, pero también hay un nuevo rumbo chocante con lo que todos esperábamos ver… y da la sensación de que la idea original era esa.

Por lo tanto, The Predator no engaña y ofrece lo que promete, cine de acción de primera fila del que todos disfrutamos, pero incumple con uno de los mínimos que se le puede exigir ya no a un film de esta saga, si no a un director como Black. Claro está, viendo al cantidad de rodaje de nuevas escenas que ha tenido el proyecto, los ajustes pedidos por le estudio para cerrar referencias y, sobre todo, la ausencia de un montón de secuencias vistas en los trailers ahora en la película… pues eso, suena a proyecto de estudio más que de su director (o eso quiero pensar). Volviendo al tema, resulta que The Predator sufre de un mal terrible en forma de caos narrativo o de abrupto montaje repleto de inconsistencias. Esta narración a trompicones hace que uno se pierda de principio a fin dejando, de paso, un poso de incongruencia cuando ves las decisiones que se toman o las situaciones a las que se enfrentan el elenco de protagonistas del film.

Porque hablando de protagonistas, partimos de Boyd Holbrook, un francotirador de no se sabe qué cuerpo que tan pronto está en México dando buena cuenta de narcotraficantes, como sabiendo usar artilugios extraterrestres que se encuentra tras el accidente de la nave del inicio del film, hasta liderando una unidad de combate estrambótica y claramente encuadrada para ser un múltiple alivio cómico (no queda claro si necesario o innecesario), pasando por Olivia Munn, una bióloga de universidad que de buenas a primeras se encuentra no sólo delante de una criatura como un Depredador, si no que dando buena cuenta de él en modo berserker, también sabiendo usar artilugios extraterrestres de buenas a primeras, y recolectando aquello que hará recordar a los caídos (estén donde estén sus restos), hasta Jacob Tremblay, un chaval con autismo convertido en una máquina de matar ante la intrigada mirada del nuevo Depredador, y este ya no es que sepa usar artilugios extraterrestres, es que es el gurú en esta parte de la galaxia. De estos tres, principales, saltamos a la unidad de locos militares, donde destacan con diferencia Trevante Rhodes, Keegan-Michael Key y Thomas Jane, o a ese tipo que no se sabe que narices pretende y que responde al nombre de Traeger (Sterling K. Brown).

The Predator es en definitiva cine de antaño, cine de estantería de videoclub, cine de serie B, pero hay que ser conscientes de que demasiada mano le han metido provocando un estropicio impropio del cine de Shane Black. Y ese final, ese final… ese final de que no se puede hablar aquí porque sería un SPOILER como una casa, pero ese final es indigno, y no digo más, de una saga como esta. Ah, para terminar habría que hablar de los problemas de iluminación, del uso de CGI para el gore, de las criaturas extra que no vienen a cuento y de ese triste recuerdo a la olvidable y olvidada Mercury Rising. En fin, demasiadas cosas mal colocadas, dando la sensación de que The Predator ha sido construida con retales de si misma tras ser despedazada en un despacho de directivos de 20th Century Fox.

Han sido pocos los carteles de The Predator, pero cada nuevo conocido ha molado más que el anterior
Han sido pocos los carteles de The Predator, pero cada nuevo conocido ha molado más que el anterior

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Tras su paso por el pasado Festival de Sitges, donde su responsable se llevó el premio a la mejor dirección, al fin ha llegado a los cines, aunque de forma limitada, Revenge, el violento (o hiperviolento) film de la parisina Coralie Fargeat.

Partamos de un hecho evidente, Fargeat juega sus cartas de forma indudablemente consciente. Primero por el simple hecho de servirse del mayor de los excesos para poner ante el espectador, ya sea masculino o femenino, una suerte de John Rambo con cara de Matilda Lutz (ese corto homenaje Cloverfield titulado "MEGAN" o la perezosa Rings de F. Javier Gutiérrez). Si Rambo pudo, ¿por qué no va a poder esa joven frágil, grácil y de rostro angelical que responde al nombre de Jennifer? Segundo, porque en el exceso está la clave. Si te pasas de serio la película sería aborrecible por misógina, cruenta y salvaje, pero si te excedes hasta el paroxismo entonces lo que te queda es una autoparodia gore que muchas veces ha sido ya pasto de nuestras retinas (y de nuestra capacidad de abstraernos para no acabar vomitando ante semejante dislate). Tercero, sorprendente o no, Revenge muestra desde el punto de vista de una mujer el lado más repudiable de las visiones masculinas que pueblan nuestro mundo. En esta era del empoderamiento femenino, Revenge planta en su primer tercio a una mujer objeto, un pelele en manos de hombres que "interpretan" mal los mensajes que transmite… aunque cuando la mona viste de seda mona se queda (porque citar a Santiago Seguro es demasiado fuerte).

Revenge juega muy bien esta doble clara, arranca proponiendo un juego sucio, de incitación, de tirar la caña para luego esconderla, y de nauseabunda realidad. Luego se saca la chorra y se mea en todo eso… ¿cómo? Pues mutando a Jennifer en una suerte de Lady Death que no deja títere con cabeza, y eso que no hay desmembramientos ni amputaciones. Revenge se sirve del exceso por exceso como ya hicieron en su día Sam Raimi en Terroríficamente muertos (Evil Dead 2: Dead by Dawn) o Peter Jackson en Tu madre se ha comido a mi perro (Braindead). Hay tanta sangre en Revenge que cuesta entender cómo no se ahogan Jennifer y los tres engendros que la acosan.

En definitiva, Revenge es una joyita, no apta para todos los paladares por lo truculenta que puede resultar, pero de obligada visión para echarte unas buenas risas a costa de esos dos mundos que nos plantea Fargeat, el aborrecible de la misoginia y la mujer como objeto, tratado por una directora, y el del gore slapstick tratado entre la seriedad y lo muy paródico.

Cartel festivalero de Revenge
Cartel festivalero de Revenge

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De obligada visión es Megalodón (The Meg), digo de obligada visión porque sirve como perfecto ejemplo para valorar hacia dónde va mucho del cine que se hace hoy en día y que funciona bajo el sello de supuesto blockbuster (o eso pretenden vender a base de inversiones pantagruélicas). Si bien a estas alturas no debería coger a nadie por sorpresa, la evolución del proyecto no hacía presagiar nada bueno tras cada paso dado (un reparto a todas vistas erróneo, un director obsoleto pero claramente manejable, o ese enfoque de producción buscando lo mainstream). Lo triste del tema es que vista cuesta horrores encontrar justificación a los 130 millones de dólares invertidos por un estudio como Warner Bros., madre mía las ligas que está decidiendo jugar últimamente en el terreno de las grandes producciones de Hollywood (me vienen a la memoria cosas como Geostorm, Rampage o Tomb Raider).

Y es que este Megalodón es ideal para recomendar a las mentes pensantes de cierto estudios que se paren a meditar sobre lo que se está haciendo. Megalodón es seguramente la serie B más cara de la historia, y un subproducto que sobrevive a base de clichés tan sangrantes que tanta autoparodia acaba jugando en contra de si mismo. La relación padre / hija de toda la vida, que si te pido perdón por haber sido tan duro contigo (si bien esto te ha convertido en mejor persona), el millonario que no sabe donde invierte y que luego pretende arreglar las cosas a su modo, el yo me sacrifico por todos, no os preocupéis que ya te mando una carta de despedida a mi mujer, el te pego un susto para acto seguido mostrarte el más grande todavía, el me he equivocado contigo y tenías razón, por ello me sacrifico por todos… etc, etc, etc. Podría seguir así cuarenta líneas más y habría desmenuzado el guión completo, porque se supone que lo hay, de Megalodón. Otro punto sangrante son esas ansias que tienen ahora los estudios por lamer el culo, y no se puede decir de otra forma, al gran mercado asiático, y más concretamente al chino. Plataforma petrolífera en China, heroína de segunda fila china, niño repugnante chino, lugar de la acción China. No digo con esto que todo deba ocurrir en los USA, desde luego que no, pero son ganas de mirar al ombligo de un mercado que da dinero pero que sin embargo acaba repercutiendo en el resto que también te observa.

El resto pues sota caballo y rey. Megalodón es entretenida, sí, Megalodón tiene a Jason Statham, sí, Megalodón vive del cuento en un tiempo donde todo lo vale. Si antes dije serie B, casi uno se la puede jugar diciendo que roza la Z a base de unos escalofriantes efectos digitales usados ad náuseam y que no hacen más que provocar que echemos de menos tiempos mejores, cierto que por momentos más cantarines, pero que daban cierto encanto de realidad al producto y sobre todo a su criatura. Y ojo, porque encima con tanto recorte que se ha hecho como aseguran su director, Jon Turteltaub eres un director sin personalidad, y su protagonista Statham, indicó no hace mucho que de lo que se concibió a lo que se ha hecho hay un proceso hacia lo irreconocible, Megalodón es un producto más, sin personalidad y sin los arrestos suficientes como para jugársela en terrenos pantanosos como los añorados de Piraña 3D (Piranha 3D) de Alexandre Aja, en la que Eli Roth muere aplastado por una barca.

Fabuloso cartel de Megalodón... no le hace sombra lo que en realidad es
Fabuloso cartel de Megalodón… no le hace sombra lo que en realidad es

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Cuando Brian De Palma hizo en 1996 que Tom Cruise acabara con una hélice del rotor de un helicóptero a 2 centímetros de su carótida tumbado sobre el morro del tren de alta velocidad francés nació un mito. Unos años después el mismo Cruise protagonizaba un duelo medieval contra Dougray Scott a lomos de una motocicleta haciendo virguerías varias con una pistola al tempo que marcaba el maestro de las palomas John Woo. Eso sí, la saga evolucionaba, casi de forma paródica, pero nunca bajo una identidad. Tras un parón de 6 años entró J.J. Abrams a meter mano y se trajo la pata de conejo y su caja de MacGuffins, un villano fabuloso con cara de Philip Seymour Hoffman, una historia íntima para su protagonista y una esencia que desde ese 2006 se ha mantenido como buena hoja de ruta de una saga que no deja de sorprender. Misión: Imposible – Fallout (Mission: Impossible – Fallout) además de cumplir con esa marca que tan bien la define, es un brutal frenesí de dos horas y media de duración, dos horas y media en constante aceleración y de aparente cierre, al menos de uno de los arcos que todavía estaban abiertos del ciclo iniciado hace ya más de una década.

Por lo tanto, Misión: Imposible – Fallout es una joya del cine de acción que engancha de principio a fin merced al gran trabajo de Christopher McQuarrie, que regresa del anterior film, y que vuelve a contar otra vez con Rebecca Ferguson o ese villano con cara de Sean Harris… un villano de los que se agradece que perduren. Pero aun así lo más alucinante de todo es asimilar que tras 22 años encarnando al agente Ethan Hunt, Tom Cruise sigue siendo un portento físico, un actor que no sólo trata de hacer de cada nuevo capítulo el más increíble, si no que aprovecha cada misión imposible para dejar claro que él es el único héroe de acción que existe a día de hoy… sí, Cruise es superior a Jackie Chan en ESE aspecto. Uno no sabe de dónde saca tanta debilidad, pero a sus 56 años Cruise corre, se sube a helicópteros que vuelan a toda velocidad, hace saltos en paracaídas, conduce motocicletas, se parte de tortas con todo el que se le ponga delante y se parte piernas saltando de edificio en edificio por Londres. Tom Cruise es un dios y cuesta imaginar cómo hace lo que hace… porque LO HACE.

Y ojo, porque Cruise se apoya en McQuarrie, un director que le conoce, que ya ha hecho con él la magnífica Jack Reacher, que ya ha ofrecido el punto partida a su personal batalla con el anarquista Solomon Lane (Harris), y que ahora le enfrente al martillo pilón Walker (Henry Cavill), ese Clark Kent con bigote y barba de dos días que amartilla sus brazos para partir caras y paredes a partes iguales. Sumad además la hiperrealidad de Misión: Imposible – Fallout, cine de acción puro, para nada cansina, y generosa en cuanto a los excelsos esfuerzos que hace y ofrece. Cruise se desvive por cada cosa que hace, se le nota, y es digno de aplauso. No sé si será la mejor de la saga, pero desde luego es una de las mejores películas de cine de acción que uno puede ver en estos momentos y más echando la vista atrás unos cuantos años. Misión: Imposible – Fallout es genial.

Cartel IMAX de Misión: Imposible - Fallout
Tom Cruise, hasta en los carteles lo da todo… Misión: Imposible – Fallout

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En este 2018 Marvel Studios ha marcado ya su triple descarga cinematográfica. Todo arrancó con su obra más shakesperiana hasta la fecha con permiso de Thor, la no muy entretenida Black Panther, luego llegó su desbordante apuesta por la épica más trágica, esa joya del género que es Vengadores: Infinity War, y a mediados de año ha cerrado su periplo con Ant-Man y la Avispa (Ant-Man and the Wasp), una comedia de acción bastante simple que casi podría haberse titulado El chip prodigioso (Innerspace) versión 2.0.

Resulta que Peyton Reed regresa tras las cámaras para contar, merced al guión de Chris McKenna, Eric Sommers, Andrew Barrer, Gabriel Ferrari y Paul Rudd (ese Paul Rudd), la misma historia que ya narró en Ant-Man, eso sí, introduciendo un nuevo elemento en la coctelera comiquera que, sin embargo, no tiene lugar hasta que vemos la secuencia mid-credits de esta minúscula obra. Quizás sea este el momento más importante del film, pero para llegar al chocante instante previamente hemos tenido que dar vueltas a cerca de dos horas de metraje en las que Scott Lang (Rudd), Hope Van Dyne (Evangeline Lilly), Hank Pym (Michael Douglas) y Luis (Michael Peña) se embarcan en una aventura completamente previsible adornada con una villana de cero trascendencia.

La cosa se pone en marcha contando de nuevo lo que ya vimos en Ant-Man, Pym y su esposa Janet (Michelle Pfeiffer), generosa muestra de que el software de rejuvenecimiento de Marvel Studios funciona correctamente, evitan una catástrofe mayúscula al derribar un misil nuclear que iba a impactar contra una importante ciudad de los Estados Unidos de America. Por lo tanto, la Avispa original entrando en el reino cuántico y no pudiendo salir de él. Lo mismíto pero ampliado. Conclusión, el espectador ya sabe el rumbo que va a seguir el film, la obsesiva búsqueda de Janet teniendo en cuenta que Scott estuvo en ese micro mundo y logró salir de él. De aquí en adelante sota, caballo y rey. El guión de los arriba nombrados nos muestra señales de originalidad si no más bien de obligada continuidad. Ant-Man y la Avispa se queda por lo tanto en una obra más dentro del MCU, de la nueva fase del sub-estudio Disney o lo que queráis entender como gran plan del CEO Kevin Feige. Tiene lugar justo después de lo acaecido en Europa, los acontecimientos de Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War), y en paralelo a lo que ocurre en New York, Vengadores: Infinity War, si bien en ningún momento el espectador es consciente de esto último… cosa improbable si nos atenemos a un mínimo de lógica consecuente. Con el viaje al reino cuántico como hilo argumental central, la aventura trata de ganar cierta dinámica viéndose adornada por dos villanos intrascendentes y desaprovechados. Por un lado está Sonny Burch, encarnado por Walton Goggins, traficante con vínculos pasados a S.H.I.E.L.D. y por lo tanto H.Y.D.R.A. El personaje de Goggins se queda al nivel de Justin Hammer (Sam Rockwell), curiosamente un villano de segunda en la también tristona Iron Man 2 encarnado por un actor que con seguridad podría ofrecer mucho más. La otra villana es Ghost (Hannah John-Kamen), personaje sin motivación alguna más allá de su propia supervivencia, y que finalmente queda en anécdota de la historia que se nos cuenta tras esas apuestas previas de gran impacto como fueron el amoral Killmonger (Michael B. Jordan) o el genocida Thanos (Josh Brolin)… si es que hasta el Grandmaster (Jeff Goldblum) de Thor: Ragnarok presenta inquietudes más aprovechables que la pobre Ava.

En definitiva, unos geniales efectos visuales (imposible defraudar), comedia como base narrativa (parece que no hay otra posibilidad para el personaje), y chascarillos varios a costa de Luis y sus amigos de faena, o de ese agente del FBI interpretado por Randall Park. Pero la chicha, la razón de ser parte de un todo tan grande, se queda en la idea de que esta película (muy entretenida, eso innegable) no es más que un engranaje en una maquinaria que busca continuidad. Así que, salvo por esa escena mid-credits que otorga al producto una mayor entidad de la que realmente quiere abarcar, Ant-Man y la Avispa es un film de tránsito.

Uno de los carteles de Ant-Man y la Avispa
Uno de los carteles de Ant-Man y la Avispa

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Publicado por Uruloki en

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